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Fernando Delgado

El primer Quijote de Asturias

La falta de reconocimiento público a Pepe el Ferreiro

Se nos fue el primer Quijote de Asturias, el loco al que algunos de sus vecinos no entendían cuando comenzó a recopilar los viejos trastos de hierro y madera que ellos mismos menospreciaban por inservibles, el que decía lo que pensaba sin temor a represalias, el que sentó cátedra sin haber asistido a la universidad, el ingeniero que ideó un artilugio para sacar a flote del embalse de Salime las valiosas piezas de sillería de pizarra que habían quedado bajo el agua y que recuperó para su museo, el que aportó un valor extraordinario a su territorio, el que amó como nadie a su tierra y el que fue atacado injustamente, como se demostró judicialmente, por el poder establecido por reivindicar los derechos de una comarca en declive y por decirles de frente a algunos "mandamases", acostumbrados a los pelotilleros de turno, lo que no les gustaba oír.

Se nos fue un auténtico paisano con boina que se vestía por los pies y que se topó con los burócratas y políticos que intentaron apartarle de su obra maestra y, sin embargo, no lo consiguieron. Al contrario, han logrado el efecto opuesto: que toda la sociedad civil asturiana se posicionase a favor de este ser humano excepcional que pasará a la historia de su concejo y del Principado por haber sido un auténtico genio cuyos mediocres sicofantes y verdugos le catapultaron, sin pretenderlo, hacía la gloria del héroe con el reconocimiento público de todos los asturianos.

Han esperado a que falleciera para aprobar poner su nombre al museo que parió, creció, desarrolló, del que le echaron y que ha sido referente no sólo para el resto de los municipios de Asturias sino para otras colecciones museísticas de otras comunidades autónomas que se acercaron hasta Grandas para beber en la fuente del agua clara y cristalina de Pepe.

Como puede ser posible que ninguna representación institucional haya asistido al funeral y al emocionado homenaje póstumo rendido a Pepe por la sociedad civil, después de haber aprobado la víspera ponerle su nombre al museo. Donde está la coherencia y el sentido común del ser humano que parece ser el menos común de los sentidos.

Cuando Pepe comenzó a cabalgar en solitario como Quijote hace más de cincuenta años para recopilar los objetos y aperos, algunos se reían de él y le tildaban de loco. Aquella locura consiguió, con el paso de los años, que su museo haya sido lugar de peregrinación de miles de asturianos y de visitantes de otras regiones que se acercaron hasta Grandas para admirar su obra maestra. Y como no podía ser de otro modo, también aparecieron los "Sanchos Panzas" de turno que criticaron el esfuerzo realizado por este hidalgo caballero y pretendieron, sin conseguirlo, apartarlo de su obra. Ha tenido que nadar contracorriente en numerosas ocasiones y ha marcado, afortunadamente, su impronta personal, con sus fortalezas y sus debilidades, como cualquier ser humano, llena de pasión y de cariño hacia la tierra que le vio nacer.

Atraer a veinte mil visitantes hasta Grandas por las tercermundistas comunicaciones del suroccidente asturiano tiene un mérito fuera de toda duda. Hace ya treinta años comprobamos que merecía la pena realizar ese esfuerzo con la recompensa de admirar su obra.

Estos días han sido publicados infinidad de epítetos que definen los valores y cualidades de este Quijote asturiano: autodidacta, bondadoso, brillante investigador, cariñoso, cercano, colosal, creativo, culto, defensor del mundo rural y de la dignidad de un territorio, directo, divulgador, excepcional, habilidoso con las manos, honradez a prueba de bomba, generoso, genio con inteligencia desbordante, guardián de tradiciones, iluso, ilustrado, ilustre, inasequible al desaliento, incómodo para el poder, indómito, infrecuente, inquebrantable, insuperable, inteligente, investigador, irremplazable, observador, orgulloso de sus raíces, rebelde con causa, referente de la etnografía asturiana y española, reivindicador del patrimonio rural, sensato, sensible, sentimental, simpático, sincero, solidario, soñador de un museo contra el olvido y contra el abandono del campo, trabajador infatigable y visionario.

En resumen, un "ferreiro ilustrado", un personaje excepcional de extrema finura intelectual, una figura irremplazable de voluntad inquebrantable, un hombre libre que no se sometió a los mediocres "apesebrados", un asturiano colosal con pasión quijotesca, una leyenda relevante de nuestra cultura que dedicó toda su vida al servicio de unos ideales que transcienden lo personal y que cultivaba el valor de la palabra dada.

La cultura asturiana siempre estará en deuda con Pepe porque dejó huella por su enorme compromiso con el medio rural. Este gran defensor de lo auténtico, con tesón y sin descanso, también fue empático con diferentes generaciones y con una fiel entrega a los demás. Combinaba el fuerte carácter con un muy buen fondo y con mucha visión a medio y largo plazo. Ha sido, sin duda, una figura singular y carismática de nuestra cultura, un hombre de bien y una de las personalidades más singulares de Asturias.

Pues bien, todos esos valores y cualidades enunciados anteriormente fueron merecedores para que Pepe fuese repugnantemente apartado de toda su obra y no fueron méritos suficientes para que las instituciones locales y regionales le nombrasen hijo predilecto de Grandas ni recibiera alguna de las Medallas que otorga anualmente el Gobierno del Principado para reconocer la labor de asturianos ilustres. Que pare el mundo que yo me bajo en la próxima porque no entiendo nada. Pepe puso a Grandas en el mapa y antepuso su museo, incluso, a su propia familia: así se lo hemos pagado a este primer Quijote ilustrado asturiano. Descansa en paz que ya trabajaste bastante.

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