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Félix Martín

La procesión, muy adentro

De la nueva Semana Santa impuesta por el coronavirus

Más allá de la fe, es decir, de la única razón de ser de la Semana Santa, y de la conmemoración cristiana de la trilogía de la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, esta celebración abrió su escenario callejero en el período que conocemos como Barroco.

De este modo, su ceremonial debía incluir un gran impacto visual, emocional y ceremonial, también un llamativo vestuario, una imaginería sobresaliente y demás oropeles.

El reclamo inicial de la Semana Santa en la comarca costera del Occidente de Asturias fue, durante muchos años, exclusivamente religioso.

A partir de la década de 1970, aproximadamente, y con una marea turística in crescendo, las vacaciones laborales y escolares secularizaron algo este calendario, que poco a poco fue combinando ambas preferencias, es decir, la religiosa y la vacacional. O lo que es lo mismo, se puede concebir la Semana Santa como período de descanso o descarga de los ajetreos laborales del invierno; como acercamiento a nuevas cartas gastronómicas o carteleras deportivas (surfistas o golfistas de Tapia, por ejemplo), tanto como un tiempo de reflexión cristiana y de conmemoración de la pasión de Cristo. Todos estos compases son perfectamente compatibles, y ninguno tiene por qué ser excluyente.

De este modo, la asistencia a los actos callejeros de la Semana Santa viene contando, tanto con la presencia de un numeroso colectivo de cofrades y creyentes en la fe (creciente cada año), como con un público en busca, con todo el respeto que dichos actos requieren, en busca, reitero, del espectáculo ceremonial que las procesiones llevan implícito. Esto es, la exhibición de unos pasos que atesoran una imaginería riquísima (a veces hasta “bailando” a hombros de los cofrades); también, el acompañamiento musical correspondiente, ya en los atriles de una banda de música o en una saeta, y que, a media noche añaden el plus de una emoción desmedida.

A veces también, y en este caso dentro del propio templo, incluye un acompañamiento coral, siempre, claro, con la música religiosa en el pentagrama. Este año y por razones sanitarias, otra vez “la procesión va por dentro”. Una frase que precisamente alude a cuando las inclemencias meteorológicas hacen imposible callejear, aconsejando su celebración entre las paredes del propio templo.

Así pues, abramos paso a nuestras emociones, e imaginemos al Nazareno subiendo a la capilla de la Atalaya de Luarca, igual que Cristo cargó con su propia cruz camino del Gólgota; sintamos otro año más, cómo el propio vecindario de Villanueva de Oscos escenifica los principales pasajes de la vida de Cristo; pensemos en la Virgen de los Dolores, desde 1592 a hombros de los viejos marineros de Tapia de Casariego, bien abrigada entre las paredes y el silencio de la Calle de la Procesión; o imaginemos, finalmente, estar en la plaza empedrada de Piantón el Domingo de Pascua, admirando el bandeo de pendones blanco y negro (es decir, la vida y la muerte, con el triunfo final de aquélla), y con la Virgen del Rosario como testigo de esta alegoría escénica que se alza desde el siglo XVII. En todos los casos, y un año más, “la procesión va por dentro”.

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