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Sí: “Dune” era adaptable y la espera ha valido la pena

La película de Denis Villeneuve sobre la compleja novela homónima de Frank Herbert, clásico de la ciencia ficción, se estrenó, por fin, en la Mostra de Venecia

Fotograma de 'Dune'. EP

Las diversas preguntas que llevan tiempo revoloteando alrededor de Dune, y que en buena medida son lo que la convierte en la película más esperada de los últimos dos años, ya tienen respuesta. Y esa respuesta, la misma para todas ellas, es que sí. Que toda la espera impuesta tanto por su largo proceso de producción como por la pandemia ha merecido la pena; que, como ya demostró con sus más recientes obras previas, La llegada (2016) y Blade Runner 2049 (2017), Denis Villeneuve es el hombre idóneo para dirigir ciencia ficción seria; que el libro homónimo de Frank Herbert, un hito del género y una de las obras maestras literarias del siglo XX, no es inadaptable a la pantalla a pesar de que su reputación así lo diga.

Probablemente sea injusto considerar la película, presentada ayer fuera de concurso en la Mostra, de acuerdo a su relación con otras ficciones, básicamente porque se corre el riesgo de juzgarla por lo que no es más que por lo que es. Sin embargo, las comparaciones son inevitables tanto a causa del estatus adquirido por su modelo como por la existencia de Dune (1984), interpretación tan fallida de ese texto que el director David Lynch exigió la retirada de su nombre de los créditos de la versión que llegó a los cines, impuesta por los productores y muy distinta de la que él había concebido.

Seguro que no hace falta aclarar que la película de Villeneuve no se parece en casi nada a la de Lynch. No contiene ni efectos especiales risibles ni a Sting ataviado exclusivamente con unos calzoncillos alados, y apenas necesita cinco minutos de metraje para explicar mucho más, y con mucha más claridad, que su predecesora en dos horas y cuarto, dedicadas a convertir la novela en un batiburrillo ininteligible incluso para quienes han leído a Herbert.

La historia transcurre en un futuro lejano en el que impera un sistema feudal y en el que los linajes nobles luchan entre sí para gobernar planetas. Transcurre mayormente en uno de ellos, Arrakis, en el que habitan gusanos gigantes y se produce una droga, conocida como el melange o la especia, que prolonga la vida y es esencial para los viajes interestelares –y, en algunos casos, proporciona visiones del futuro a quien la usa–; es allí donde el héroe Paul Atreides (Timothée Chalamet) se convierte en líder de una revolución para rescatar al universo de la tiranía. Se trata, inevitablemente, de una descripción muy somera para un relato que entretanto describe un guirigay de religiones, costumbres, fuerzas políticas e intrigas palaciegas.

Díptico

La nueva película ha sido diseñada como la primera parte de un díptico –su título completo es Dune, parte uno, y por tanto cubre solo una parte de los acontecimientos relatados en la novela original-, pero se basta para dejar claro que Villeneuve ha ninguneado algunos de los elementos de la novela más difícilmente traducibles al lenguaje cinematográfico, como la sucesión de monólogos internos o de arranques telepáticos y la espesura filosófica y mística.

Asimismo, prescinde de varios personajes creados por Herbert y de escenas que llenaban páginas de forma innecesaria –el libro, que no se ofenda nadie, tiene bastante paja–, para centrarse en el arquetipo popularizado por el mitólogo Joseph Campbell: el periplo de un héroe que, secundado por sus mentores, atraviesa el umbral que lo lleva a un mundo extraordinario y, tras superar una crisis decisiva, experimenta una transformación existencial y cumple una hazaña.

En el proceso, Dune plantea asuntos de plena actualidad, como los efectos del imperialismo y el capitalismo y la sobreexplotación de la Tierra. Javier Bardem, que en la película encarna a un guerrero del desierto llamado Stilgar que sin duda tendrá más protagonismo en la parte dos, ha afirmado en Venecia que Herbert “fue un adelantado a su tiempo” por el hecho de plantear casi seis décadas atrás la idea de un planeta Tierra inhabitable. “Está sucediendo ahora, y resulta aterrador. Está en la mano de los gobiernos y las grandes corporaciones encontrar una solución y cambiar la mentalidad colectiva acerca de nuestro actitud frente al mundo”.

Política y religión

Villeneuve, por su parte, ha reflexionado sobre el resto de temas pertinentes que Dune explora, como “el riesgo que entraña mezclar la política y la religión y lo peligrosas que pueden resultar las figuras mesiánicas”. Quizá la mayor pega que puede ponérsele a su película es que, sobre todo si se llevan a cabo comparaciones –y recuérdese que no son justas–, es que la ha producido Hollywood, y eso necesariamente implica que no es ni tan compleja como el texto de Herbert, ni tan bizarra como la de Lynch y ni tan lunática como el proyecto que Alejandro Jodorowski trató sin éxito de poner en pie en su día, que habría durado 14 horas y contado con Salvador Dalí, Orson Welles, Gloria Swanson y Mick Jagger en su reparto.

En todo caso, decimos, está por ver qué es lo que dará de sí la segunda parte. La primera, después de todo, concluye con estas cinco palabras tan elocuentes: “Esto es solo el principio”.

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