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Crítica de cine

"El profesor de Persa": 2.840 nombres que no olvidarás

El profesor persa.

Gilles empieza a recitar nombres ante la mirada asombrada del oficial aliado que le interroga como superviviente de la barbarie nazi en un campo de exterminio: 2.840 en total. No es un ejercicio banal de memorización. Cada uno de esos nombres esconde un significado que sólo él conoce. Son 2.840 víctimas de la bestia hitleriana, y, gracias a ellos, Gilles salvó su vida. Basada en hechos reales, El profesor de persa propone una historia que parece irreal: la de un hombre que se inventa una nacionalidad e inventa un idioma para convencer a un oficial alemán –que sueña con irse a Tehéran cuando se acabe la guerra– de que es persa. De que puede ser su profesor. Por interés, el carcelero hará lo posible (y lo imposible) por mantener al prisionero a su lado, aunque eso le cueste enfrentarse a las sospechas de sus subordinados y también de sus superiores. ¿Por qué tanto empeño en salvar a uno más entre las listas de condenados a muerte por el mero hecho de ser judíos?

Con un material que bordea permanentemente la incredulidad (y que no siempre logra evitarla), Vadim Perelman rebaja la intensidad dramática con unas costuras visuales austeras, adustas casi. No es casualidad que su movimiento de cámara más evidente, a la par que elocuente, sea un lentísimo travelling al principio que muestra una ejecución en la distancia para terminar engarzado al horror. Juega en tres pistas a la vez: la extraña, por no decir estrafalaria, relación entre el alumno y el profesor, que oscila entre la intimidación, la violencia del desahogo humillado y una suerte de complicidad entre fogones; el juego de intereses que se guisa a fuego lento entre los soldados alemanes de distinto sexo, con algún coqueteo sexual que se acerca a lo cómico; y los horrores propios de un lugar construido para encerrar y destruir a seres humanos de forma masiva. Un triple salto mor(t)al que recuerda el cruce de tonos de Spielberg en La lista de Schindler, aunque Perelman es más prudente a la hora de ramatar la faena, y en lugar del pegote sentimentaloide que afeaba la película del gran Steven recurre a la mirada de un impresionante Nahuel Pérez Biscayart mientras recita 2.840 nombres inolvidables.

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