Asisto con creciente angustia, mal rollo y asco, a media mañana de este lunes en ‘Espejo público’, a cuenta del crimen de Marta del Castillo en Sevilla en 2011 a un espectáculo que me resulta agresivo, bochornoso, triste e insoportable, y además notando que dicho espectáculo se admite con una normalidad enfermiza en el sumario de este y parecidos programas.

En el rótulo con el que presentan lo que sucede en el set, además de otros recuadros con imágenes en un bucle sin fin, llenando la pantalla con fárrago agobiante, se lee que asistimos al careo entre el «nuevo abogado de El Cuco y El infiltrado».

A ver, El Cuco es un niñato implicado en aquel crimen que ha cambiado la versión de lo que pasó según el aire -no me hagan mucho caso, tampoco viene al caso que nos ocupa-.

Y El infiltrado es eso, un tipo que se metió en la familia del nene para pillar cacho. O así. El abogado del menda es Agustín Martínez, que también defiende al famoso grupo de ¿violadores? conocido como La Manada.

Estos casos y estas defensas demuestran que sí, que todo el mundo tiene derecho a eso, a defensa, y que hay abogados que hacen su trabajo y luego llegan a casa y comen, aman a su familia, y hasta pueden dormir a pata suelta. Hay aún un personaje más. Es Nacho Abad, experto del programa en la cosa sucia, en la cosa del semen, la sangre, y la parte oscura de la condición humana. Y ahí quiero llegar.

El careo termina siendo no entre el abogado y el infiltrado, al que, para dar mayor tensión dramática presentan de espaldas y con capucha, sino entre el abogado y el experto en sucesos.

Tira y afloja, rifirrafe, verbo vehemente, tensión. Detrito en la pantalla. Pobre Marta del Castillo. Su caso, como otros, es sólo un relleno televisivo.