Con la tercera temporada de The Deuce, HBO ha puesto el punto y final a la particular visión de David Simon y George Pelecanos sobre el nacimiento de la industria pornográfica en Estados Unidos. Aunque otros títulos que ambos han concebido suelen tener un tono pausado, esta entrega final ha dejado momentos impactantes y dramáticos que dejan petrificado al espectador en el sillón. Ésta no es una serie de tetas y culos. Incluso consigue arrancar una lagrimita en la escena que sirve de epílogo a su historia, a pesar de que su estilo no es muy dado al sentimentalismo. Historias humanas duras de gente de la calle, a veces al margen de la sociedad, pero, eso sí, con momentos para la lágrima muy justitos. El trailer da una falsa sensación de comedia y digo falsa porque nada tiene que ver con lo que nos vamos a encontrar.

Si en las temporadas anteriores asistíamos a la génesis del porno y a sus años dorados, en esta última se nos cuenta el final de esa era para el barrio de Times Square en Nueva York. Una zona que se fue degradando y que acabó tomada por numerosos establecimientos centrados en la industria del sexo. La trama de la serie da esta temporada un salto a los años 80, concretamente a 1985. El vídeo ha entrado masivamente en los hogares y el público prefiere consumir la pornografía en la intimidad de su domicilio. Esto supone el cierre de las salas de cine X. La irrupción del virus del Sida hace también que la afluencia de clientes a la zona de The Deuce caiga en picado. Sobre la mesa hay un proyecto para rehabilitar la zona y revitalizarla para el turismo, libre de delincuencia.

Aquellos que hayan visto otras series de Simon, ya saben qué se puede esperar de ellas. The Wire se convirtió en una de las mejores series de televisión de la historia contando los entresijos del tráfico de drogas en Baltimore. Treme nos mostraba cómo los habitantes de esta zona de Nueva Orleans tratatan de rehacer sus vidas tras el paso del huracán Katrina. Y en The Deuce nos asomamos a cómo era la vida de este barrio neoyorkino antes de que el alcalde Rudolph Giuliani limpiara sus calles. Todas ellas son series corales, sin un protagonista claro y sin buenos, ni malos. Las prostitutas, los proxenetas, los mafiosos del barrio, los encargados de las cabinas de peep show, los policías, los encargados de locales de ambiente para homosexuales... hasta las feministas que denuncian la explotación de las mujeres. The Deuce da voz a todos ellos y a otros. Muchas voces y rostros que toman el pulso de la vida en la calle, especialmente durante la noche.

En teoría, el cabeza de cartel es James Franco con un doble papel. Dos hermanos gemelos, Frankie y Vinnie Martino. El primero de ellos propietario de un bar al que suelen acudir todos los personajes; mientras que el segundo se gana la vida con todo tipo de chanchullos para financiarse su afición al juego. Este segundo gemelo siempre me ha parecido un pegote (aunque este año sí han sabido sacarle partido) y la serie sería igual de disfrutable sin él. Supongo que es una de las ventajas de ser uno de los productores. Es Frankie Martino el que protagoniza el emocionante epílogo (aviso de spoiler el que no quiera saber más puede saltar al párrafo siguiente) donde la acción se traslada al actual 2019. Frankie pasea por las calles del actual Times Square, donde las personas a las que conoció se le van apariciendo y le saludan como fantasmas reflejos de un pasado que ya no existe mientras les rodean la colorida iluminación de la avenida. En algún momento se rumoreó que Mad Men también acabaría con una escena ambientada en la actualidad. ¿Vino de ahí la inspiración? La sintonía de Juego de Tronos que suena en un televisor en esta secuencia final de The Deuce nos avisa de que estamos en la actualidad y que esto es HBO. El epílogo sirve para recordar que ésta era la historia de un tipo que tuvo un bar en ese barrio que fue el centro de la prostitución de Nueva York durante los años 70.

Pero el gran personaje de la serie es el que interpreta Maggie Gyllenhaall como Candy, esa prostituta que consigue dejar las calles al saltar al cine pornográfico y llega a hacerse con una cierta reputación en la industria detras de las cámaras. En esta tercera temporada Candy ha logrado ser una "pornógrafa" con pretensiones artísticas y que quiere dar un toque feminista a sus historias. El problema está en que la producción de películas guarras se ha ido trasladando desde Nueva York hacia Los Ángeles y en la industria se ha abandonado ya todo tipo de ambición por la calidad. Hagas lo que hagas, se vende. Incluso los vídeos caseros de personas reales con un físico muy alejado del que se ven en el género arrasan en el mercado de los videoclubs XXX. Y eso que aún no ha llegado internet. Al público no le interesa tanto ver una obra de arte del erotismo y con un Universitarias Ardientes 6 ya se conforma, por no hablar de otras películas con títulos más explícitos. El personaje de Candy se enfrenta esta temporada a la duda moral sobre lo qué está haciendo y de qué manera puede estar contribuyendo con su trabajo de manera indirecta a la explotación sexual de otras mujeres. Por eso se embarca en un proyecto en el que el sexo esté presente en todo el argumento, pero que queda reducido a la mínima expresión visual. Una historia de arte y ensayo para reinvindicar el feminismo y cuestionar al patriarcado. Maggie Gyllenhaall tendría que haber sido la protagonista y la que llevara el peso de la acción en el desenlace final.

Punto y aparte merece el papel que hace Emily Meade como la actriz porno imaginaria Lorie Madison que en la serie ha logrado el estrellado y se enfrenta durante la tercera temporada al duro momento de su declive. Seguramente su historia está basada en la de otras estrellas del porno reales que tuvieron un trágico final. Su despedida en la serie es como un puñetazo en la mandíbula. Al ver cómo empiezan a desaparecer personajes principales a lo largo de la temporada, todo empieza a desprender olor a final. Una sensación que confirma el último episodio. Davd Simon ya está embarcado en un nueva serie y en la que se dará su visión sobre el ascenso de la ultraderecha en los Estados Unidos. Igual cuando nos sentemos a verla tendremos la sensación de que es la sexta temporada de The Wire, o la quinta de Treme, o la cuarta de The Deuce. Es lo que tiene contar con un estilo propio e inconfundible.