Año y medio después de haberse emitido en todo el mundo, ya está disponible en Netflix España el final de Orange is the new black (OITNB para abreviar). Un tiempo bastante considerable, teniendo en cuenta que fue una de las primeras series de la plataforma y uno de los títulos con los que revolucionó la manera de hacer televisión en aquel ya lejano 2013. Los acuerdos firmados en su día con Movistar han permitido a la empresa española tener la exclusiva hasta ahora de esta séptima y última temporada. Esto mismo ya le ocurrió a Netflix, perder el control de uno de los títulos bandera de su primera oleada, con House of cards, aunque en aquella ocasión el desenlace fue tan chapucero debido a circunstancias sobrevenidas, que tampoco nadie la echó de menos. En cambio, en esta serie su creadora, Jenji Kohan, sí que tuvo margen para terminarla como ella quería. No como en GLOW, título que podría considerarse heredera de OITNB y que fue cancelada abruptamente por el encarecimiento de los costes de los rodajes derivados de la pandemia. La temporada final de OITNB ha sido una de las mejores, con dardos muy afilados hacia la política de inmigración de Donald Trump. Como en The Good Fight, el expresidente de Estados Unidos era el villano en la sombra. Por el camino, la trama dejaba también guiños a los movimientos #MeToo y al #BlackLifesMatter. Los últimos dos episodios de la serie suman las tres horas de duración y el equipo de producción se ha asegurado de contar en ellos con el regreso de personajes que ya dábamos por olvidados. No están todos los que son, pero estos momentos de reencuentro son suficientes para quitarnos el sabor amargo que nos deja el desenlace de ciertas tramas. Pero arrancarán alguna que otra lagrimita de nostalgia. Un más que apreciable cierre para un título que marcó una época y que se fue casi por la puerta de atrás, con menos reconocimientos de los que se merecía. Hasta su equivalente español, Vis a vis, es más conocido entre el gran público.

La serie está basada en las memorias de la escritora Piper Kerman, donde contaba la experiencia de su paso por prisión tras una condena por tráfico de drogas. Su personaje en la ficción pasaba a llamarse Piper Chapman (Taylor Schilling) y ponía al espectador de clase media ante la traumática experiencia de vivir en sus propias carnes los rigores de la vida penitenciaria. A través de sus ojos, veíamos como esos pequeños momentos de placer en la rutina diaria y que damos por sentados, como disfrutar de una ducha de agua caliente, cambiaban radicalmente al estar entre rejas. Aún así, Piper podía darse por afortunada porque no había entre sus compañeras reclusas personas que fueran verdaderamente malvadas. Ventajas de estar en un módulo de baja seguridad. Casi todas ellas eran juguetes rotos, despojos de una sociedad a la que le importaba muy poco si se rehabilitaban o no y si ése debe ser precisamente el papel de las prisiones.

La condena de Piper era de dos años de cárcel, por lo que la lógica televisiva imponía que la duración de OITNB no sería mucho mayor de dos temporadas. La cosa se alargó un poco más, pero eso no quiere decir que se estirara innecesariamente el chicle. Hasta convertirse en una de los títulos más largos de Netflix. El gran problema de la serie fue que a muchos se les hacía bola ese romance en la cárcel con Alex Vause (Laura Prepon). Sabiamente los guionistas supieron ir desviando la atención hacia el rico y variado plantel de personajes secundarios, que eran mucho más interesantes. La última temporada, en la que Piper recuperaba la ansiada libertad, mostraba cómo la rutina en el penal seguía sin ella y sin mayores traumas por su ausencia.

La vida en prisión convertía la diversidad racial y sexual en algo nada forzado, como suele pasar en otras series. Hasta tuvo la primera actriz transexual en conseguir un Emmy, Laverne Cox. Al más puro estilo Lost, en cada episodio siempre había una trama de flashback para mostrarnos cómo era la vida de uno de los personajes antes de ir a prisión. En OITNB no eras nadie, si no contabas con tu episodio de flashback y alguna de las actrices reforzó su peso en la trama tras ese momento de gloria. Ahí tenemos los casos de Lorna Morello (Yael Stone) o el de Pensatucky (Taryn Manning). Aunque los Emmys parecían reservados para el personaje de Crazy Eyes (Uzo Aduba) el desenlace de las historias de Morello y Doggett son las que nos han dejado con el corazón en un puño. Por encima de todas estaba Red (Kate Mulgrew), la cocinera rusa de la prisión que, al igual que su papel de la capitana Janeway en Star Trek Voyager, parecía su madre, siempre velando por el bienestar de su círculo más íntimo y enfrentándose a los guardias con la misma arrogancia que si tuviera delante a un pirata klingon. Con ella había que tener una cosa clara: Más valía no criticar su comida. Mientras Mulgrew ya tenía a su público, para quien OITNB ha sido toda una plataforma para pegar el salto ha sido Natasha Lyonne, que ha triunfado después en Netflix con Muñecas rusas y ahora prepara para Disney una serie de Star Wars ambientada en el rincón más oscuro de la galaxia.

A lo largo de estas siete temporadas, la serie ha ido aparcando un poco el tono de comedia para ir mostrando su faceta más trágica. No vaya a ser que se nos olvide que estamos en la cárcel. Hay quienes han reprochado que dulcificaba la vida en prisión y que parecía más que estábamos en un campamento de verano. Y ello a pesar de que las protagonistas estaban rodeadas de guardas encantados de ejercer su autoridad, cuya manera de pensar suele moverse entre el fascismo y el acoso sexual, personificados en el personaje de George Mendez, alias Pornstacho, interpretado por Pablo Schreiber. Aunque salió temprano de la trama, ha tenido varios cameos a lo largo de estos años y siempre se las ha apañado para volver. Otros personajes intentaron hacerle sombra, pero no ha habido nadie como él. A Piscatella (Brad William Henke) no me lo terminaba de creer.

La serie pegó el salto del tiburón en su quinta temporada con ese motín iniciado en la prisión tras la muerte de un importante personaje, que no diremos por aquello de los spoilers. Ésa temporada fue otra de las mejores. La vida en la cárcel durante la revuelta se apoderó de toda la trama y sus consecuencias marcaron el devenir de las dos entregas siguientes hasta el final. Al principio de la serie, los problemas de la prisión venían de la falta de fondos, una escasez en la que la mano divina de la corrupción tenía algo que ver. La situación no mejoró con la privatización de la gestión de la penitenciaría de Lietchfield, una crítica a esa tendencia de determinadas ideologías a obviar que hay determinadas materias que jamás deben de abandonar la gestión pública . El papel de la malvada corporación determinó el inicio de la revuelta, que acabó de la manera que todos se pueden imaginar. El personaje de Taystee Jefferson (Danielle Brooks) se convirtió en una de las cabezas de turco, mientras que Dayanara (Dascha Polanco) iniciaría su descenso a los infiernos y perdería esa inocencia que aún le quedaba al entrar en la cárcel.

Sin comerlo ni beberlo, Piper salió en libertad en el último episodio de la sexta temporada. Cuando nadie se lo esperaba. Durante la entrega final, hemos visto su proceso de adaptación a la sociedad, en una trama que se alternaba con cómo seguía la vida para las que se quedaron en prisión. Ya vimos salir en libertad a otras reclusas en anteriores episodios en la serie, aunque el sistema tenía para ellas unas puertas giratorias que se encargaban de devolverlas "a casa". No es la situación de Piper, que cuenta con unos cimientos sólidos en el exterior para no volver a caer por mucho que ella se empeñe en no olvidar su vida en la cárcel. Pero esta temporada final nos ha reservado una de las tramas más inquietantes de toda la serie, los efectos de la política migratoria de Donald Trump. Un sistema que trata a estos inmigrantes aún peor que a las reclusas de Lietchfield, despojándoles de cualquier derecho y mostrando su cara más inhumana e implacable para expulsarles del país. Una trama que ha venido a completar la denuncia permanente que ha hecho la serie de las carencias del sistema penitenciario norteamericano. Piper está en casa, pero los problemas para sus antiguas compañeras no han terminado.