Desde las alturas de la pileta de la calle 5, Éric Moussambani oteaba la inmensidad de la piscina. 50 metros de ida y otros 50 de vuelta. Una eternidad para él. Instantes antes de oír la señal para lanzarse al agua, un ‘flashback’ sacudió su mente. Recordó cómo, hacía apenas ocho meses, acudió a la llamada del Comité Olímpico Nacional de Guinea Ecuatorial buscando nadadores para ir a Sydney 2000. Fue el único hombre que se presentó. Y fue elegido… pese a que apenas sabía flotar. A contrarreloj, aprendió a bracear en el mar gracias a un pescador para, después, entrenar de 5 a 6 de la mañana en la piscina de solo 12 metros de largo en un hotel de Malabo cuando los huéspedes dormían.

Ya en la Villa Olímpica de Sydney, las dos semanas previas a su estreno las pasó aprendiendo a preparar los 100 metros libres. Observaba a los nadadores, cómo se lanzaban al agua, cómo daban brazadas y patadas, cómo respiraban… Un entrenador sudafricano lo vio tan desorientado que le enseñó algunas técnicas, a dar la vuelta en el viraje de los 50 metros y le regaló un bañador azul para competir ya que Éric solo tenía unas bermudas playeras. La noche anterior a su debut, aterrado, la pasó visionando vídeos de historias olímpicas.

Y ahí estaba, el 19 de septiembre de 2000, en el Centro Acuático de Sydney. Moussambani, en la primera ronda de los 100 m, tenía que enfrentarse a Karin Bare, de Nigeria, y Farkhod Oripov, de Tayikistán. Los dos fueron eliminados por salida en falso mientras él, inerte, ni pestañeó. Sonó el aviso y se lanzó solo al agua. Braceaba torpemente, ladeando la cabeza. Llegó casi exhausto a los primeros 50 metros, consiguió sumergirse y dar el giro. Apenas sentía ya las piernas. Los 17.000 espectadores del pabellón, atónitos, no daban crédito a lo que veían. Las risas dieron paso al aliento. El público se levantó de sus asientos y comenzó a aplaudirle, a empujarle y gritarle “go, go, go”. Los últimos metros fueron agónicos. Le faltaban las fuerzas, le costaba respirar, parecía que se iba a ahogar. Y, a base de manotazos, llegó. Paró el crono en 1 minuto, 52 segundos y 72 centésimas. Era y es el peor tiempo de la historia, pero se había erigido en una leyenda y su historia es una de las más emblemáticas de los Juegos, un ejemplo de espíritu y superación.

Tras Sydney, Éric Moussambani siguió entrenando. Llegó a rebajar en más de un minuto su marca. Se quedó fuera de Atenas 2004 porque no pudo renovar su pasaporte y, en 2012, intentó nadar en los Juegos de Londres, pero tampoco pudo viajar por un problema administrativo. Hoy día continúa siendo un héroe nacional en Guinea Ecuatorial y el entrenador del equipo nacional de natación.

Nadó los peores 100 m de la historia de la natación, pero dio uno de los ejemplos más grandes de superación en unos Juegos.