Prosigo hoy con los poetas afectos a la causa rebelde de Franco y Mola que mostraron en la prensa asturiana de 1936 sus preferencias. La importancia que los autores nacionales otorgan a la enseña monárquica, y su repudio de la tricolor republicanista, queda fuera de toda duda en composiciones como «A la bandera de España»: «Jamás olvidó el pueblo tus colores; / bandera secular de sus amores; / Libro Sagrado do escribió su historia».

En la zona de los sublevados se critica el oro de Moscú y los zaheridos son Indalecio Prieto, Pasionaria, Mangada o Azaña, como se observa en una canción con que los falangistas y requetés de Somosierra respondían a los llamamientos del enemigo, y de la que acusa recibo la prensa franquista de Oviedo. Terminaba así: «Tienen los dirigentes ya preparados los aviones / y se van a Levante, donde mandaron los millones. / (...) / ¡No dejéis que escapen y os dejen solos! / ¡No hagáis los primos!».

La insistencia en el coraje y valor de uno y otro ejércitos será moneda corriente. Un «Himno a Falange», redactado por el correligionario Félix Martín Sánchez, comienza del siguiente modo: «Falange es mi ventura, / su escudo es mi blasón, / mi lema es la bravura, / mi ley es el honor. / En mi escudo grabado / con imborrable prez / está del falangista / su arrojo e impavidez».

Los poetas falangistas asturianos hacen suya la paternidad de la victoria final y orlan a sus combatientes con toda suerte de virtudes, como se observa en el poema titulado «¡Ésa es mi bandera!»: «Van a los frentes cantando, como hermanos; / con un coraje que llega al paroxismo. / Creen en Dios y en la Patria. Son hispanos / que asombrarán al mundo / con el valor fecundo / de su fe y de su heroísmo».

El envés del Socorro Rojo serán, en el bando nacional, las Damas de la Cruz Azul, a la que un músico de la Brigada Mixta de Asturias llamado Félix París les ofrendó una pieza sin mayor trascendencia donde calificaba de mártires del deber a las voluntarias de dicho cuerpo, y destacaba entre sus atributos los del «valor incalculable», la «arraigada nobleza», la «gentil entereza» o la «acrisolada ternura».

Las composiciones de zona rebelde insisten mayormente en dos frentes: uno, la protección divina que asiste a los suyos y el ansia por ser liberados del dominio izquierdista; y dos, la bestialidad del enemigo. Sobre esto último inciden varios textos: Félix Martín Sánchez, en «¡¡Adelante!!», dice que los «rojos» tienen «sentires inhumanos»; Julio Cifuentes, en «A la patrona de Infantería», pide «que el ruso y el judío depongan su fiera saña», y Ricardo Casielles acusa a la República de bombardear las posiciones civiles de Oviedo: «De una altura que ni la vista alcanza / lanzas bombas y bombas a voleo, / sin conseguir tu bárbaro deseo / ni hallar satisfacción a tu venganza».

En esto insiste también José María Marcel con macabra ironía, a pesar de la gravedad del asunto abordado: «Son tan altos los cariños / de estos aviones de altura, / que con sin igual cultura / matan mujeres y niños».

Tocante al deseo de liberación, Carlos García Rosales suspira en «¡Ya llegan!» por que las tropas provenientes de las provincias limítrofes arrebatasen a las fuerzas gubernamentales su dominio territorial: «Nos traen aires mejores, purezas de otras tierras / que fueron conquistadas y viven en la paz. / (...) / Nos traen las venturosas promesas del mañana / que con los nacionales caminan siempre en pos... / Con ellos llega España, la Nueva, que se afana / en que la rija siempre, por noble y soberana, / la inspiración de Dios».

La efectividad del sustento católico, directamente emparentado con los anhelos de ser librados de un Gobierno que rehuyó el componente religioso, justifica la empresa de Franco, y de ello hay diversas muestras. En «Los defensores de Oviedo» el anónimo firmante confía en la santidad de sus filas y exclama: «Nuestro es el triunfo por ser / santos nuestros ideales».

La razón ancestral de la llamada guerra de liberación será otra de las constantes en no pocas poesías. Tal es el caso de la del Magister J. M. M. a propósito del sitio del alcázar de Toledo, en la que aparecen varios personajes históricos como Carlos I, el Cid o el Gran Capitán avalando la gesta del general Moscardó: «Las cenizas del Gran Carlos agitáronse gozosas; / se escucharon carcajadas en la tumba del mío Cid, / y Daoíz, Velarde, Álvarez y el gran Córdoba, en sus fosas».

Los versificadores falangistas asturianos igualan lo sucedido en el fortín toledano con la resistencia de Oviedo durante el asedio a la ciudad, de forma que Enrique Cabezón escribirá en «Los voluntarios de Oviedo»: «Será Oviedo español baluarte / donde estréllese el rojo infernal».

Al mencionado Marcel pertenece supuestamente (va consignado con iniciales el texto) un soneto a la Santina de Covadonga donde se enlaza la Reconquista del siglo VIII con el alzamiento y en el que el versificador le dirige este ruego: «Condúcelo al camino de la gloria / para lograr la paz con la victoria».

Enrique Cabezón subraya ese engarce con la epopeya de Pelayo en los albores de la Monarquía asturiana y con la época imperial de los Austria, que sería luego tan cara a los poetas oficiales del régimen. Su soneto «Al soldadito español» empieza de la siguiente forma: «Yo te conozco, sí; tú eres el mismo / que humilló en Covadonga al sarraceno; / tú, el que en Lepanto, abriendo al mar el seno, / la Media Luna hundió en el hondo abismo».

La muerte en combate resulta inherente a todo conflicto armado. La primera poesía aparecida una vez iniciada la conflagración es, precisamente, una elegía sin firma a un teniente de Artillería del que se elogia su honor y patriotismo: «Teniente Mayoral: Caíste en la contienda; / tu sangre y vida fueron del honor una ofrenda».

La españolidad en el bando de Franco afectaba también a quien militaba en las tropas moras, afirmándose de este luchador que «dándole al rojo un ejemplo de amor a la España, / derrama orgulloso por ella su sangre y se siente español».

La caída en combate es percibida como un sacrificio a la causa falangista, como explica Félix Martín Sánchez poniendo lo siguiente en boca de una madre: «Y si en el campo cayeres / herido por la metralla, / ¿qué importa, hijo, que mueras / si se ganó la batalla?»

A través de todas estas testimoniales piezas que vieron la luz en los cinco primeros meses de la guerra civil en Asturias, observamos que sus autores emplearon la forma poética con fines de autoexaltación y arma paralela de lucha. Trataron bien de contribuir al avance de uno u otro ejércitos a través del aliento y la esperanza en el triunfo final, bien de celebrar tal o cual conquista en el campo de batalla, bien de sostener el ánimo en los embates críticos.