Después de soportar las molestias de una hermosa nevada, el siguiente de los problemas es sufrir el deshielo. Pero, en Asturias, desde que se canalizaron los tramos más peligrosos de nuestros ríos, ya no es fácil que vegas como la de Cornellana o como la de Trevías aparezcan totalmente anegadas, como ocurría en el pasado. Ahora, cuando hablamos de deshielo, en seguida vamos, detrás de una metáfora, al sentido figurado de otros deshielos; especialmente, de los que, históricamente, más nos afectan: el deshielo político de la transición española y la caída del Muro de Berlín, en el pasado, y, actualmente, el previsible proceso de transición cubana.

No debemos inculparnos en exceso por haber soportado una dictadura, o dos, en el siglo XX; otros pueblos del corazón de Europa, con gran tradición cultural, también han incurrido en el mismo pecado. Pero, mientras en esos países ha quedado proscrita la simbología de las pasadas dictaduras, aquí permanecen aún, en no pocos pueblos, hasta en la misma plaza mayor, como si la democracia no nos convenciera del todo, o como si nuestra transición, nuestro deshielo, hubieran quedado incompletos.

Antes, hasta hace unos años, eran muchos los temas que nos llevaban a terminar hablando de Rusia. Así, por ejemplo, si se discutía de política, podía aparecer, en cualquier momento, el fantasma de los asesinatos del padrecito Stalin; si se hablaba del problema económico de España, era fácil que surgiera el tema del «oro de Moscú», y si se aludía al problema de los lobos en Asturias, no faltaba quien evocara, por comparación, las vastas estepas rusas con manadas inmensas de estos salvajes cánidos. Ahora, cuando se discute de política, se va más al sur, a Irak, o más cerca, al País Vasco; si se habla de los problema económicos de los ciudadanos, no se menciona ya el «oro de Moscú», sino la imposibilidad de que los jóvenes puedan comprar una vivienda. Y de lobos, han dado más que hablar, y más disgustos, en los últimos años, los cuatro lobeznos que hay en Asturias que el millón que deambulan por todos los bosques rusos. Quedan temas rusos inagotables, eternos, como las novelas inigualables -especialmente las de Tolstoi y Dostoyevski-, como los museos de pintura - sobre todo el Ermitage y el Pushkin-, como la música, como los palacios de San Petersburgo. Y, en estos días de nieve, surge el tema del deshielo, del deshielo de más de medio siglo de comunismo, con sus ancianos abandonados, pobres y cultos, con jóvenes insolentemente nuevos ricos. Parece que sólo sobrevivió a la economía colectiva el agua caliente, la calefacción y los viejos y hermosísimos palacios de los zares y de la nobleza rusa.

¿No será posible que se lleve a cabo, mejor que el ruso, el deshielo cubano, con una transición hacia una economía de mercado que continúe manteniendo limpios y bien vestidos a los niños de la escuelas públicas, que aporte los medios indispensables a la medicina pública, que atienda a los ancianos, que impida a los futuros inversores turísticos destruir patrimonio histórico, como la Habana Vieja -que tan bien está recuperando Eusebio Leal-, que haga de Cuba el centro de turismo más importante del mundo, con el permiso de unos Estados Unidos más tolerantes, que renuncien a mantener el bloqueo económico de la isla?

En estos días de inminentes deshielos, esperemos que éstos se produzcan sin inundaciones traumáticas y sin graves daños personales.