Cuando llegan las adversidades, las calamidades y los desaguisados, los gobernantes, especialmente los autonómicos y los municipales, invocan a la solidaridad y a la cooperación entre vecinos, hermanos y allegados.

Es muy fácil pedir ayuda a la Unión Europea, al Gobierno central y al Estado, olvidando el haber desatendido toda su normativa y sus recomendaciones.

Si tenemos la desgracia de un incendio forestal, se pide, en nombre de la solidaridad, ayuda a la Unión Europea, que en su día advirtió sobre la conveniencia de organizar una guardería que impidiera barbacoas y quema de rastrojos en la zona boscosa. Si se trata de inundaciones, riadas y desbordamientos, exigen helicópteros quienes cometieron la imprudencia de permitir edificaciones en el cauce del río, rambla o riera medio resecos.

Si el problema radica en la presunta intrepidez de alpinistas, senderistas y visitantes de las altas cumbres, se pide ayuda a la Guardia Civil sin haber establecido una reglamentación para la práctica de ese pretendido deporte.

No hace mucho tiempo, una comisión europea fue de inspección al litoral valenciano y, además de ser mal recibida, fueron desoídas sus observaciones respecto a transgresiones medioambientales llevadas a cabo por los responsables de aquella comunidad.

Se echa mano de la solidaridad y de la operación en los días duros, pero en los días maduros nadie se acuerda de la ley que obliga, ni de los derechos del vecino que deben ser respetados. Así es muy fácil gobernar.