Sí, brilla el color negro. Y están los periódicos de tiros largos con tanto muerto ilustre. Hasta escritores que no son periodistas han relegado sus merecidas vacaciones y se han vestido con las mejores plumas para despedir a grandes del cine como Bergman, Antonioni o Serrault. Ya puestos a ello, se ha muerto hasta el actor que hacía de sufrido escuchante en «La vida de los otros», esa curiosa película alemana. Y es que desde los funerales de Larra, donde José Zorrilla acaparó la atención con unas coplas, la literatura sabe que tiene un lugar reservado en los muelles del adiós.

La necrológica ya no es una sección en los periódicos; es un género en sí misma: la necrológica como un buen negocio para la lírica y para el difunto. De siempre se ha sabido que la muerte no hace buenas o malas a las personas, pero en un país como el nuestro, donde la hipocresía forma parte del más excelente aprendizaje social, estaba claro que esta variante del género negro arrasaría... Y así ha sido, porque en los periódicos de aquí se ha hablado bien hasta de Jesús Gil cuando falleció.

Esta facilidad ibérica para hablar bien de los muertos y esa dificultad para hablar bien de los vivos tienen su reflejo, no podía ser de otra manera, en los medios de comunicación. Parece que estamos esperando a que muera la gente para susurrarle lo más sentidamente cosas que nunca te dije y empezar la función, aunque en vida hayamos estado a la greña. Sin embargo, no todos somos como Carmen Chacó de emotivos; por ahí va la cosa.

El pasado fin de semana se murió Gabriel Cisneros, diputado popular por Soria y que era, creo, nuestro parlamentario más veterano. Las glosas fueron frecuentes y unánimes. Hasta sus contrincantes estuvieron a la altura, pero de todas las elegías me quedo con la que escribió para «ABC» mi admirado Martín Ferrand bajo el título de «El mérito de un pionero». Para Ferrand, Cisneros fue uno de los primeros políticos franquistas que supo darse cuenta de que España sería una democracia plural. Esto lo supo desde mediados de los años sesenta, en que se incorporó a las Cortes como procurador por el tercio de cabezas de familia y en representación de Soria. Dice Ferrand que Cisneros hizo, como editorialista que fue del diario «Pueblo», alardes de doble lenguaje para plasmar su temprana búsqueda de la democracia, y que ahí queda el mensaje que le escribió a Arias Navarro, el llamado espíritu del 12 de febrero. Es cierto. Ahí queda.

No dudo que Gabriel Cisneros luchase por la democracia durante gran parte de su vida, pero también es un hecho constatado que durante mucho tiempo y desde altos cargos apoyó de manera taxativa la permanencia de Franco en el poder, cosa que no se cita. La necrológica de Ferrand retuerce la lógica, y algo más que la lógica, hasta lo insufrible. Olvida Ferrand que las notas póstumas son más ruines cuantos más elogios llevan dentro, y que entre un periodista que se ciñe a los hechos y un historiador hay poca diferencia, y que por este tipo de noticias se distingue a los buenos periódicos de los que no lo son tanto. Sólo por eso. Tampoco hace falta romper el género.