Si allí donde uno mora y labora hay limpieza, cercanía, zonas verdes y seguridad, estaremos ante el «modelo Oviedo», según el sondeo del Eurobarómetro, publicado por LNE, que en calidad de vida sitúa la ciudad en lugar privilegiado. Otros querrían más diversiones, pero haberlas, haylas, y si no las hay, sin duda las habrá en no más de seis leguas a la redonda.

Si es por parques, no faltan alicientes. En el de Invierno, pistas, juegos, Palacio de los Niños, tiovivo infantil (con un solo disco de música para tortura del vecindario) y los descontrolados adolescentes marroquíes del Materno que, como ayer contaba nuestro diario, facilitan la práctica del turismo activo y los deportes de riesgo. Algo faltaba, sin embargo, para alcanzar el grado de satisfacción propio del modelo Oviedo: un urinario. Y es que el alivio de ciertas urgencias se venía practicando al amparo de elementos de precaria cobertura. Y las señoras, ni te cuento.

Enterado el Alcalde, fue levantada en seguida una elegante construcción hexagonal de doble entrada, dotada de la última tecnología evacuatoria a la japonesa. Pero más de un año después sigue cerrada a cal y canto, mientras a su alrededor ha surgido una suerte de campo magnético que estimula actividades transgresoras antes y después de la puesta del sol. Se dirá que hace falta personal, pero eso ya se sabía antes de levantar el edificio.

Yo insisto en mi propuesta de inauguración solemne a cargo del Alcalde y de la jefa de la oposición: ambos, cada cual por su puerta, realizarían el primer uso personal de las instalaciones, pronunciando al salir las palabras de ritual: «Queda inaugurado este servicio». Una abuela peripatética y un jubilata prostático darían las gracias en nombre de los beneficiarios, el Alcalde cerraría el acto ensalzando el modelo Oviedo y la contribución municipal a la higiene pública; la banda de gaitas interpretaría el himno y correría luego abundante sidra para estimular la deseable participación ciudadana en la apertura de la instalación.

Temo que no me hagan caso.