Vuelta a las imágenes marcadas por aquel otoño de 1929. No se trata de parados y hambrientos pero el desencadenate quizá sea el mismo. Aún no se puede asegurar pero el miedo es libre. Y como es libre ocurre lo que estamos viendo. Me refiero, claro, a las colas de los ciudadanos ante las oficinas del Northern Rock, el quinto banco hipotecario del Reino Unido.

No es una crisis norteamericana, el fuego ya está en el continente europeo o, para amortiguar alarmas, en las islas adyacentes.

Una imagen del 29 o mejor, de la Argentina de hace cuatro o cinco años. O de algún país en crisis permanente. Ahora, sin embargo, es la súper estable Europa quien se ve en esas. ¿Nos habíamos creído que Europa era una isla en un mar de conflictos?

Los que hacen cola, no. Están curados del mito. O se han curado a palos o se anticipan a una cura de caballo.

¿Y en España? Aquí, el Gobierno repite como un loro que no va a pasar nada. Cualquier ciudadano está preocupado pero cuando oye hablar con tanta frivolidad o, peor aún, con afán de engañar, entonces pasa de la preocupación al pánico.

Hace apenas tres semanas un destacado catedrático español de Economía proponía deshacer posiciones en Bolsa, liquidar todo y como mucho mantener deuda pública. Los que están en la cola quizá hayan llegado tarde. Pueden pasar en horas de la cola para cobrar lo que ya no existe aunque sea -o fuese- suyo a la cola del paro y la ayuda ajena.

Ayer Lula, de visita manchega, preguntó si las bellotas servían para hacer biodiésel. Está a la que salta. Aquí, no: estamos a la propaganda. Pero me parece que la crisis se encuentra ya debajo de nuestras alfombras.

La única diferencia de España respecto a EE UU, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania o Suecia es que encima ni siquiera sabemos si existimos: ahí está la imagen del Rey ígneo como símbolo fatal.