Si uno no se deja confundir por los medios de una u otra secta, las encuestas solventes sobre intención de voto indican una ventaja del PSOE sobre el PP (nada de «empates técnicos»). Esta situación debería tranquilizar al Gobierno, que habría capeado la «teoría de la conspiración», la crisis del Estatut, el diálogo con ETA, etcétera. Pero una duda planea: ¿en qué se traducirá lo que José Montilla ha llamado «cabreo» catalán? No debe olvidarse que, si en España hay 16 escaños de distancia entre PSOE y PP, 15 se dan en Cataluña. Desde la recuperación de la democracia, Cataluña ha sido (junto a Andalucía) uno de los bastiones socialistas. Pero la acumulación de desastres materiales (ocupación del aeropuerto de El Prat, apagón en Barcelona o fiasco final del AVE), junto a otros que han dañado la autoestima (el proceso estatutario, pendiente de un hilo en el Tribunal Constitucional), ha propiciado en los catalanes una mezcla que va del hartazgo al enfado, con predominio de la indiferencia.

Una indiferencia «sorda» que puede traducirse en un aumento de la abstención (en el referéndum del Estatut votó menos del 50% y, en las últimas municipales, en Barcelona también votó menos de la mitad). Y aunque hay dudas sobre quién puede ser el perjudicado, en el PSOE hay inquietud por si pagan los platos rotos.

La mayoría de dirigentes socialistas (y comentaristas patrios) cree que, como los catalanes no protestan por la crisis ferroviaria y como los que queman fotos del Rey son pocos, la «desafección» de Cataluña no irá a más. Si Cataluña se va, dicen, ¿en qué Liga iba a jugar el Barça? ¿Contra el Lleida? Quizá deberían saber la respuesta de Laporta (tan independentista como Carod-Rovira, pero menos de izquierda): a lo mejor el Barça no jugará en la Liga españolaÉ sino en una europea, con los mejores clubes del continente.