uevo viaje de la municipalidad a Cuba -tres días a partir de mañana-, y preparación de las lupas en el PP para examinar a continuación los gastos del periplo. La isla del comandante convaleciente sigue siendo una referencia indispensable para la izquierda gijonesa, portadora de discretos paliativos a una tierra desmoronada por la revolución sin fin y el bloqueo estadounidense, pero conservadora de un cierto Estado colectivista y vigilante, protector y uterino, del que quedan escasos vestigios en el mundo.

No sabemos si las embajadas gijonesas en La Habana admiran más la resistencia de sus pobladores o la fuerza inamovible del partido castrista. Pero el caso es que algo hay que otorga a los munícipes que allí viajan la condición de peregrinos. Algo profundo, misterioso, santo, les atrae, ya que mientras aquí abominan de la ominosa dictadura del caudillo, allá daban cabezadas de respeto delante del comandante cuando éste estaba aún en condiciones de recibir a su devotafeligresía extranjera.

Pero, claro, una cosa es el carismático dirigente y el politburó que le hace de corte, y otra, el pueblo cubano, que accede a humildes inquilinatos, corre a la Universidad, disfruta de una sanidad suficiente y brinda en copas descascarilladas. Un Estado de Bienestar pobretón, pero digno. Para qué vivir con más, si se puede sobrevivir con menos. Y, por encima de todo ello, la fascinación romántica hacia el mundo de las ruinas -ya sean imperiales, ya revolucionarias- debe de ser la causa de que la isla caribeña funcione como un imán atractor de los corpúsculos de la izquierda gijonesa. Ni la crueldad del tirano ahora enfermo puede empañar esa percepción de que la probeta cubana guarda un espécimen del paraíso.

Peregrinan así hacia el ónfalos, hacia el ombligo de la utopía, al tiempo que otros lugares en tres cuartas partes del planeta se depauperan y agonizan trágicamente, pero desconocen todavía la honda capacidad para la cooperación al desarrollo del Ayuntamiento de Gijón, que siempre peregrina al mismo santuario.