El centro en política no es la distancia media entre dos puntos y tampoco el punto intermedio de una recta. No es en absoluto una ideología a mitad de camino entre la izquierda y la derecha, en contra de lo que algunos suponen. Estar en el centro no significa ser liberal, ni socialdemócrata, ni democristiano, ni ninguna otra cosa.

El centro es, en todo caso y de ser algo, la equidistancia. Suárez inventó el centro en este país para que la derecha pudiese seguir siéndolo sin necesidad de tener que llamarse derecha. Los socialistas también emprendieron poco después un viaje al centro para que muchos españoles no los tuviesen por rojos peligrosos.

Ahora, Rajoy ha prometido el centro que no es nada en su esencia, pero, según parece, resulta igual que prometer el oro y el moro en una España desquiciada dispuesta nuevamente a enfrentarse en el ruedo ibérico. Y ZP ha respondido que el líder popular está cada día más alejado de ese punto intermedio que se considera tan imprescindible.

La izquierda siempre que puede invita al PP a centrarse, pero no porque quiera que se centre, sino, entre otras cosas, para recordarnos que sigue siendo derecha, como si ello fuese un delito. Últimamente también se ha acuñado lo de la derecha extrema; la extrema derecha está ya tan asociada que apenas se puede esgrimir como argumento frente al adversario.

Con el centro, la izquierda utiliza la táctica del fuera de juego. Además de intentar sacar al contrario del campo, estimula con la idea del centrismo a la derecha acomplejada o dispuesta a pedir perdón no se sabe muy bien por qué y que no es precisamente, aunque alguien pueda pensar otra cosa, la más liberal sino la menos combativa en la defensa de unos valores.

Me hace gracia que quien apadrina pactos de gobierno con ERC y el BNG, negocia con Otegi, es amigo de Chávez y de Evo Morales y se juega España a una carta con el nacionalismo, diga de su adversario que está alejado del centro. ¿Quién es aquí el descentrado?