Quedábamos en que el PSOE gijonés tiene listo y bruñido su catálogo de candidatos edilicios para mayo, pero ahora estamos a la espera de la lista del PP, cuya confección es asunto muy intestino y exige gran concentración y recogimiento de los mandatarios de cada partido.

Pero sucede que el PP permanecía silente y, de pronto, se ha visto de nuevo ante un juez porque el sector disidente de Luis de Prado reclama la anulación del congreso local celebrado hace poco y en el que Pilar Fernández Pardo fue elegida por el setenta por ciento de la leal militancia.

El intríngulis de la demanda versa sobre la supuesta violación en dicha asamblea del voto secreto. Sobre la hondura de esta irregularidad ya tendremos noción cuando haya sentencia, aunque ciertamente existe una casuística congresual muy propia de los partidos en crisis, consistente en que las facciones enfrentadas se acusan recíprocamente de que se hinchan los censos, de que hay mirones controlando el voto, de que votan militantes muertos, etcétera.

Zombis en las urnas. Estremecedor.

Pero aparte de la cuestión judicial que ahora se ventilará, lo que delata el procedimiento iniciado por Pardo y los críticos es que están dispuestos a llegar hasta el final en su pugna con Pardo.

Y ese «hasta el final» no significa el fin del mundo, sino algo tan sensible como el término que marcan las urnas de mayo. Hay gente muy quemada en el PP, y tocada en lo personal, lo que significa que no repararán en barras, aun con advertencias de expediente, o con el riesgo de merma electoral, aunque a los populares siempre les queda la esperanza de que Rodríguez Zapatero siga siendo idéntico a sí mismo y desgracie progresivamente el mundo.

Por tanto, pintan bastos de nuevo en el PP, porque algunos no tomaron decisiones a tiempo, ni en Oviedo, ni en Madrid.