(Por mi casa ronda un trasgu que responde al nombre de Abri$27lgüeyu. Se me aparece en los sitios más insospechados. Ahora mismo acaba de presentarse en la pantalla del ordenador y, espaxarotando, me trata de convencer de que cambie el título, que no es adecuado a lo que pretendo. Lo esconxuro con un clic y desaparece.)

Pues he aquí que la ministra Narbona también se ha aparecido, en esta ocasión por Asturies, y con grandes paraxismos, también manifestado: «Hay que reducir el uso del carbón y primar la salud». Y tiene razón, la salud y el medio ambiente, sobre todo. Ahí se alinea con su jefe, el ínclito Rodríguez Zapatero, que está dispuesto a seguir cerrando las centrales nucleares y renunciar al uso de esa energía «porque -manifiesta- soy rojo», cualidad ésta que evidentemente comparte con el tomate y el pimiento morrón, cuando maduros.

Uno tiene la impresión, al respecto, de que otros próceres, como Stalin o Mao -que también, digo yo, habrán compartido con Zapatero y el pimiento morrón (maduro) la misma banda del espectro cromático-, de poderlo oír, se habrían revuelto en las cátedras fabricadas con los huesos de sus enemigos, sobre las que asentaban sus coloradas posaderas. ¡Blandenguerías tales! ¡Renunciar a hacer de su país una potencia internacional por escrúpulos industriales! ¡Negar así el crecimiento a los proletarios de su país! ¡Calificarse de rojo por tal babayada! Tal vez, hasta le hubiesen puesto una demanda internacional -quizás ante Garzón- por apropiación indebida de señas de identidad.

Pero vengamos a nuestro cuento. Resulta que el coste de producción de la termia de carbón o la nuclear es muchimísimo menor que el de las termias de las energías renovables (que es la propuesta energética de fondo, junto con la coyuntural del gas, del Gobierno de Zapatero). Para que ustedes lo vean con claridad: el 28% de nuestro recibo de la luz se va en subvencionar las energías llamadas alternativas. Ocurre, asimismo, que nuestra dependencia energética total es altísima, bastante mayor que la de la media de los países europeos. Sucede, del mismo modo, que nuestra eficiencia energética es escasa, y que consumimos mucha más energía por unidad producida que nuestros competidores. No es necesario, pues, indicarles a ustedes que todos estos factores contribuyen a que nuestros productos tengan un coste más alto, sean menos competitivos y, en consecuencia, generen menos empleo o corran el riesgo de perder el que actualmente tienen. Pues bien, las propuestas del sedicente Gobierno progresista tienden a empeorar nuestra posición, al primar la producción mediante energías más caras y disminuir la producción de aquéllas en que, aun sólo relativamente, tenemos menor dependencia o está ésta más diversificada, y es, por tanto, menos sensible a situaciones de agobio. Las consecuencias serán, pues, previsibles: menor competitividad, aumento del déficit comercial, destrucción de empleo, pérdida de la capacidad de innovación tecnológica, paro.

(Abri$27lgüeyu se me vuelve a manifestar, baila sobre la tecla «insert» del teclado. Me grita: «Aprovecha, aprovecha. Saca ahora lo de Cogersa y Caleao, ya que vas a hablar, te conozco de sobra, de no querer enfrentar la realidad. Aprovecha». Inmisericorde, aprieto «supr» y lo hago desaparecer).

El pensamiento infantil y adolescente se caracteriza por no mirar de frente la realidad, no querer extraer las consecuencias de las propias acciones, fingir que el futuro nunca llegará si es malo, y entusiasmarse con la esperanza de que, en todo caso, siempre será, por arte de birlibirloque, mejor que el presente. Como si viviesen en un país de cuentos de hadas, los prebostes socialistas parecen ignorar que la hipótesis de la ruptura con el estado natural que Aristóteles enunció en «La Política» («si la lanzadera pudiera tejer y la púa tocar la lira sin una mano que las guiara, los jefes no necesitarían sirvientes, ni los amos esclavos») se va consiguiendo no gracias al reparto de la riqueza, sino mediante el aumento de la productividad y del conjunto de bienes y servicios de la humanidad, cuyo motor decisivo lo constituyen energía y ciencia. Tal vez, en el fondo, piensan ellos que -como manifiestan Mateo y Lucas con respecto a los lirios y las aves del campo- por qué afanarse y develarse los ciudadanos para ser alimentados y vestidos con toda gloria. ¿Acaso ellos, los miembros y las miembras del Gobierno, no lo son ya de esa manera, sin mérito o esfuerzo especial de su parte?

Tercera irrupción de mi trasgu. Ahora me grita:

-¿Pero crees tú de verdad en esas zarandajas? ¿De verdad piensas que no saben lo que hacen y cuáles son las consecuencias de sus actos? De sobra lo saben. Lo que ocurre es que les importan un pimiento (morrón y rojo) los ciudadanos, el futuro, el Estado, la patria o cualquier otra consideración altruista o de altas miras. Lo único que quieren es picotear aquí y allí en los comederos de votos, y susurrarle a cada uno en la oreja lo que quiere oír. Por eso, ya te lo venía advirtiendo, el título no es el adecuado. Debería haber sido «El que venga detrás que arree»; o, si lo quieres a modo de referencia histórica, «Después de mí el diluvio» o, con más propiedad, y buscando una cita literaria, aquello de Lope: «Puesto que paga el vulgo es justo...».

No puedo soportar tanto veneno. Estoy seguro de que toda esa argumentación no es más que pura malignidad, puxarra. Aprieto la tecla «delet», llamo en mi auxilio al Sumiciu y lo hace desaparecer como por ensalmo. No me cabe duda alguna de que ahora lo tiene encadenado en el círculo del infierno donde Dante colocaba a los difamadores y a los autores de llevantos. Donde se merece.

P. S. Una vez más, los señores Zapatero y Areces (es decir, el PSOE) han vuelto a engañar a los asturianos; esta vez, a propósito de los fondos europeos y la carretera La Espina-Ponferrada.

Xuan Xosé Sánchez Vicente es presidente del PAS.