Como el que no quiere la cosa, han transcurrido 365 días desde mi última aparición en estas páginas. Un año sabático, en lo que a artículos se refiere, en el que di descanso a mis queridos y sufridos lectores y, a la vez, entre otras cuestiones, buceé, desde el silencio y la información, en busca de una realidad que cada jornada que transcurre se muestra más evidente y dramática.

Quién nos iba a decir hace diez años, o un lustro, ni tan siquiera doce meses, que el cambio climático «hasta la fecha preocupación de cuatro chiflados catastrofistas, variadas asociaciones de ecologistas agoreros, más algún articulista solitario como el que redacta estas líneas» iba a ser noticia estrella a nivel mundial. Por fin, ya iba siendo hora, prensa, televisión y radio nos bombardean continuamente sobre este tema; sin duda, el reto más importante que tiene la Humanidad a corto y largo plazo, porque en él está la clave de su supervivencia. Aunque tengo la impresión de que, como casi siempre, las personas de a pie se están adelantando a la fauna política, que, también como casi siempre, o no se enteran de la gravedad del problema o no quieren coger el toro por los cuernos en busca de soluciones inmediatas. Mañana tal vez sea demasiado tarde si no frenamos el aumento de los gases de efecto invernadero.

Las naciones se van concienciando y existe una aceptación generalizada del riesgo que conlleva nuestro sistema actual de vida. Cada vez son menos los que hacen suya la filosofía de «después de mí, el diluvio» sin importarles para nada el sino del género humano y la trágica herencia que legamos a nuestros descendientes. Estos pocos son tan recalcitrantes que incluso con el reciente informe de Naciones Unidas sobre el calentamiento del planeta tratarán de mirar hacia otro lado obviando el calentamiento global de la Tierra, llegando a ofrecer recompensas económicas, «como ese grupo de presión estadounidense, ligado al presidente Bush, fundado por una de las mayores petroleras del mundo», a científicos y economistas para desacreditar el acuerdo de París. Hay que ser imbéciles al cuadrado. Ni con todo el oro del mundo lograrán sobrevivir sus descendientes al desastre que se avecina si las temperaturas prosiguen ascendiendo. Una subida de dos grados se prevé nefasta. ¿Qué ocurrirá si los termómetros alcanzan entre cuatro y seis grados? Exactamente lo que están pensando: sequías, lluvias torrenciales, incremento de espacios desertizados, ciclones tropicales más intensos, migraciones acentuadas, desaparición de los glaciares y subida del nivel del mar, hambrunas. Esto es, a grandes rasgos, lo que nos dicen los científicos. Leído sosegadamente, mientras desayunamos o hacemos la digestión del almuerzo parece «pecata minuta». Claro, que si lo analizamos detenidamente, el susto puede ser de infarto.

Aunque me atrevo a afirmar que todavía es mucho más peligroso lo que se callan. Por ejemplo, me gustaría conocer el futuro de las corrientes marinas. Ya saben que cuando el viento se desliza sobre el océano impulsa el agua en su misma dirección. Si varía la temperatura de las aguas superficiales, está comprobado, la atmósfera altera su recorrido natural y se establecen trastornos climatológicos de tal intensidad que se vuelven devastadores. Nadie con dos dedos de frente observando el calentamiento global de la Tierra puede negar un posible cambio de dirección de las corrientes marinas y la influencia que dicha modificación va a tener sobre la corteza terrestre. ¿Será un cambio parsimonioso que permita al ser humano adaptarse al medio modificado o, por el contrario, la interacción océano-atmósfera será fatalmente meteórica, tanto que en un plazo más o menos breve pueda extinguir la civilización actual?

Se avecinan tiempos complicadísimos para el género humano, aunque, por qué no decirlo, también muy interesantes. El conjunto de la Humanidad debe decidir el estilo de vida que requiere poner a salvo su futuro. Si desea alcanzarlo sin riesgo de desaparecer, de nuevo tendrá que expulsar a los mercaderes del templo terrestre, denominados actualmente como gurús de las finanzas, que propugnan un perpetuo y desorbitado crecimiento económico. Todo a sabiendas de que la actuación humana en la tierra durante los dos últimos siglos es la causa principal del calentamiento del planeta, deterioro gravísimo que no ha hecho más que comenzar. Roguemos para que su progresión no sea geométrica.