La noche del sábado ha sido trágica para varias familias del concejo de Salas y de fuerte impacto también para algunas del vecino municipio de Tineo. La carretera, otra vez la carretera -y van dos veces en muy poco espacio de tiempo-, segó de cuajo la vida de dos jóvenes cuando se disponían a vivir un feliz fin de semana. Hay también varios heridos de mayor o menor gravedad y el dolor y la consternación nos invaden a todos los vecinos de la comarca que conocíamos y tratábamos a las víctimas y a sus familias.

Si un accidente mortal es siempre muy doloroso, esta circunstancia se agrava cuando la muerte se lleva por delante a personas jóvenes, como es el caso del accidente de La Rodriga del pasado sábado, como lo ha sido el aún reciente de Ardesaldo, en el que resultó víctima el también joven Hugo, que dejó una familia y una novia desoladas, y como ocurrió, asimismo, en las cercanías de Mieres, en el que un autocar se convirtió en chatarra atrapando mortalmente a Verónica, la jovencísima monitora de la parroquia de San Martín de Arango, en el vecino concejo de Pravia.

Arribar en la mañana del domingo a la calle de la Pola de Salas para comprar el pan a Javier causaba impacto en el alma. Nada más pisar las piedras grises y húmedas por la lluvia de la noche de esta popular y atractiva rúa salense ya impresionaba porque tenías que detener y abandonar el coche por los muchos grupos de vecinos que estaban prácticamente invadiendo la vía con un único comentario: el mortal accidente de la noche anterior en La Rodriga.

David, Borja, Hugo y Verónica nos han dejado un crespón negro en el corazón y vamos a tardar mucho en poder arrinconarlo en una orilla. El cronista llegaba el domingo a la villa con una gavilla de carteles impresos por Joaquín, aún calientes, en Gráficas Occidente para empapelar medio Salas anunciando un baile de Carnaval de la Asociación de Vecinos «Los Picos», de La Arquera, que está programado para mediados del mes de marzo. Los carteles quedaron en el maletero del coche, sin abrir, porque uno se olvidó de ellos nada más conocer la tragedia. Y ahí seguirán aún bastantes días porque todos estamos de luto por la muerte de dos de nuestros vecinos y por lo que pueda ocurrir con el resto de compañeros y también por las víctimas del accidente vecinas de Tineo.

A este cronista nunca se le han dado bien las notas de luto. Las escribe porque las siente, pero no encuentra adjetivos adecuados, no encuentra razones de peso sobre por qué ha podido ocurrir todo esto, no atina a dirigirse a padres, hermanos, tíos y familiares de las víctimas. No sabe qué decir. Creo que el mejor luto sería una página entera en blanco. Pero esto tampoco puede ser porque uno tiene la obligación moral y sentimental de salir a la luz con cuatro palabras, aunque sean mal esbozadas, que sirvan de acompañamiento del dolor que sufren en estos momentos cuantos estaban vinculados, por lazos familiares y de amistad, a David y a Borja, cuyos recuerdos quedarán para siempre entre nosotros, entre los que fueron al colegio con ellos, los que jugaron al fútbol en sus mismos equipos, los que salían en busca de una sana diversión viajando en un coche que es ahora un montón de chatarra y que nadie se explica cómo ha podido salir alguien con vida de entre ese amasijo de hierros retorcidos.

Si la muerte de Hugo hace muy poco tiempo llevó a la zona alta de la comarca de Salas el tañido de las campanas de la iglesia de Ardesaldo llorando por un joven que era todo vitalidad, ahora es la colegiata de Santa María la Mayor de la villa la que ha acogido, en un multitudinario acto religioso, a todo un concejo que despide a dos de los suyos. Dos de los buenos. Dos de los que tuvieron en el deporte su santo y seña y ahí, en La Rodriga, en un tramo por el que circulamos todos los vecinos varios días a la semana, encontraron la muerte cuando vivían unas horas de alegría y de convivencia con otros amigos también de la comarca.

Hubo pueblos también, independientemente de la consternación de la propia villa, en los que la noticia del trágico accidente puso todos los teléfonos en funcionamiento, y muy especialmente en La Arquera, ya que Hugo, uno de los heridos, es de este pueblo, donde sus padres, Esperancita y Ernesto, vivieron horas de angustia, aunque las heridas de nuestro joven vecino me confirman que no revisten preocupación alguna. Pero Hugo seguro que llevará siempre en su mente la escena del trágico accidente donde se quedaron sin vida dos de sus mejores amigos.

Esto de la carretera nos está causando demasiados lutos, demasiados dolores, demasiadas tragedias familiares y afectivas. Se nos van acumulando con tanta frecuencia que ya tenemos que estar preparados para que cualquier día, a cualquier hora y circunstancia, nos suene el móvil dándonos cuenta de una nueva tragedia. El signo de los tiempos marca la velocidad, las prisas, el aumento de un parque automovilístico que no siempre tiene unas vías adecuadas para soportar la intensidad del tráfico, que ofrece ya estadísticas alarmantes por su constante ascenso. El nivel de vida permite que todos vayamos en coche a cualquier parte. Y la sociedad está pagando un peaje muy alto en vidas humanas.

Pero éstos no son momentos de análisis sino de dolor por una tragedia que ha ocurrido en un concejo que estaba viviendo un fin de semana de lo más tranquilo y sosegado, como es habitual en la comarca. Y las calles de la villa, como todos los pueblos, amanecieron el domingo con lágrimas en los ojos de quienes habían salido a buscar el pan y el periódico. David y Borja recibieron el homenaje póstumo de un pueblo que les quería y ahora lo único que queda es solidarizarnos con sus familias y tratar de infundirles ánimos, que será muy difícil, porque sus corazones quedaron rotos en una noche de sábado en la que el viento también rompió de cuajo algunos árboles que no llegaron a recibir la savia de la nueva primavera. Como David y Borja, dos de los nuestros. Descansen en paz.