Miguel Torga fue un gran prosista y poeta portugués que ejerció de médico en Coimbra durante muchos años. Allí escribió unos espléndidos Diarios de los que soy asiduo lector y relector, desde que los descubrí ya en mi madurez. Son unos fragmentos cortos, precisos, sabios y profundos, que nos dejan siempre alguna enseñanza. La mayoría están fechados en la hermosa ciudad donde vivía y trabajaba, aunque también hay bastantes que recogen impresiones de viajes por su propio país, por las antiguas provincias africanas, por Europa y por el Brasil. Entre ellos, hay algunas acotaciones sobre España y los españoles, que no tienen desperdicio. Yo vuelvo una y otra vez sobre esos textos y nunca deja de sorprenderme su perspicacia. Por ejemplo, en uno datado en Santiago de Compostela el 2 de septiembre de 1962, escribe lo siguiente: «Confieso que aún no llegué a percibir si los españoles levantan tantas y tan grandes catedrales porque tienen necesidad de espacio donde quepa la mucha fe que los devora, o si, por el contrario, construyen primero esos templos desmedidos para obligarse después a llenarlos de devoción». Evidentemente, escribe un tanto abrumado por la monumentalidad de la catedral compostelana, pero podía perfectamente referirse a la llamada Ciudad de la Cultura, si hubiera vivido para verla, y su juicio seria igualmente acertado. Esa idea de que los españoles construimos cosas enormes y desaforadas para obligarnos después a llenarlas con algo me parece sencillamente genial y sólo un espíritu alejado de nuestras obsesiones podría formularla con tanta exactitud. Posiblemente no nos damos cuenta de ello, pero nos hemos pasado buena parte de nuestra vida como nación levantando estructuras enormes para luego estrujarnos la cabeza pensando en como dotarlas de contenido. Los pretextos constructivos son muy variados (conmemoración de batallas, lugares de culto de la religión dominante en cada momento, glorificación de personajes absurdos, mausoleos enormes que exceden en mucho del tamaño de los cadáveres que van a albergar etcétera, etcétera). El monasterio de El Escorial es una de esas siniestras edificaciones y el Valle de los Caídos, otra en la misma línea de megalomanía rampante. Y una vez puestas en pie, tras años, o décadas, de esforzados trabajos, el problema surge para llenarlas de contenido y de funcionarios que se encarguen de cuidarlas. Uno de los recursos más habituales era entregarlas a la Iglesia católica o a alguna clase de orden religiosa de probada laboriosidad. Pero el problema se plantea cuando el edificio tiene una función predominantemente laica como le pasa a la Ciudad de la Cultura. Estos días se supo que el presidente del Gobierno ha recibido al de la Xunta de Galicia para prometerle el apoyo financiero del Estado. Y en cuanto a contenidos han acordado aumentar la vaguedad del proyecto inicial con un no menos impreciso objetivo de «servir de puente cultural con Iberoamérica», que es una forma muy bonita de no decir nada. Torga tenía toda la razón. Construimos templos desmedidos para llenarlos luego de devoción. De cualquier clase de devoción.