Dícese de aquellos parajes que por su belleza y el modo en que late la vida en ellos representan para el ser humano una fuente de bienestar. Son codiciados por promotores y gestores del dinero, con el propósito de hacer grandes urbanizaciones, complejos deportivos, hoteles de alta montaña, presas de energía eléctrica, etcétera.

Como fuente de riqueza que son para el capital, de ahí que estén en permanente peligro de recalificación y posteriormente pueden ser destruidos total o parcialmente. Porque no nos engañemos, el ser humano es un virus letal para el planeta Tierra.

Tal y como lo veo, en la mayoría de las ocasiones utilizamos el vocablo «progreso» de la forma más cínica. A fin de cuentas, lo que prima es el salirnos con la nuestra. En estos casos la razón está muy a la par con el poder. Esto no quiere decir que poder sea igual a razón. Las evidencias de error, o porque-te-la-debo o porque yo-mando-y-decido, son muchas. Corrupción, prevaricación, deudas a favor son términos hoy muy manejados. Los medios de comunicación los exponen cada día para hablar de Marbella, Andratx, Gran Canaria, Castilla. Los últimos avisos nos vienen de Cantabria, con la construcción de un gran complejo para el deporte de nieve en Picos de Europa, en una zona de protección y enclave del oso. Ahí está Rodiles, con su proyecto aparcado de urbanización. Una amenaza esta para nuestro litoral. Sobre Caleao, ni la ministra Narbona sabe muy bien qué hacer. Deseo creer que ella sí mira al planeta con el amor que lo hace un artista. Sin embargo el «soe» de aquí no tiene dudas. «Preservar el agua», dice la señora Carcedo, pero en su discurso no he escuchado reparación de fugas, de las que se estiman pérdidas de un 30%, recogida de las aguas de manantiales, acuíferos, arroyos, fuentes que vierten día y noche a los ríos. Ni se habla de una nueva normativa en las aguas para industrias y complejos deportivos, que son abastecidos con las mejoras y más sanas. Ni se elabora un programa de educación en el uso del agua para la ciudadanía. Aquí es el salirnos con la nuestra, que para eso mandamos.

Tal y como lo veo, nuestro planeta se merece algo mejor, donde la «brujería» del lenguaje no se utilice para convencer, ya que ése no es el remedio a los muchos problemas con los que nos enfrentaremos en los años venideros. En este punto propongo un nuevo orden de hombres y mujeres sabios, como en las viejas tribus. Sería fácil, pues en nuestra mano está el provocar una revolución social a través de las urnas.

Personas con otros corazones que entiendan mejor el latido del planeta Tierra. Lejos de cualquier mira de intereses, que no sean la de la defensa del futuro de nuestros hijos.

El gran jefe indio Seattle en su carta de 1855 al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, decía: «É pues lo que pase a la Tierra le sucederá también a nuestros hijos. Enseñádles que el suelo que está bajo sus pies tiene las cenizas de sus antepasados. Si el hombre escupe a la tierra, se escupe a sí mismo».