Si el sentido común tuviera asiento en la política, algunas cosas cambiarían en España. Por ejemplo: el gasto innecesario. A este respecto, la campaña del referéndum del nuevo Estatuto de Andalucía es un caso de libro. Espejo de lo mal hecho. Sabiendo que las fuerzas mayoritarias representadas en el Parlamento andaluz están a favor del nuevo Estatuto y conociendo por los sondeos que la mayoría de los andaluces «pasan» olímpicamente de este asunto, ¿a qué gastar dinero en insertos propagandísticos en prensa, radio y televisión? ¿Por qué no someterlo a votación en el Parlamento y punto?

Este referéndum no tiene nada que ver con aquel que alumbró el actual Estatuto. En esta ocasión, la oposición es marginal. Estando de acuerdo el PSOE y el PP -que, sumados, representan más del 80% de la Cámara-, ¿por qué no ahorrar el dinero de la campaña y el que habrá que desembolsar el día de la votación? ¿Por qué no dedicar esas partidas, pongo por caso, a construir unos cuantos ambulatorios más de los que tanta falta hacen en Andalucía? Para una vez que Manuel Chaves y Javier Arenas están de acuerdo en algo, resulta que es para impulsar la reforma de algo que nadie había pedido reformar. Los estudios demoscópicos son concluyentes: son mayoría los andaluces que desconocen el nuevo Estatuto y quienes sí lo han leído, en buena parte, se desentienden de él. La cosa ya no tiene arreglo porque el referéndum es el próximo domingo, pero es un síntoma del autismo de algunos políticos, un mal que tiende a hacerse crónico.