Posiblemente no hubiera tenido reaparición en escena para la guerra de Irak de no haber sido por la infeliz ocurrencia del ex presidente Aznar de reconocer, cuatro años después, que estaba equivocado y que la seguridad que entonces tenía sobre la existencia de armas de destrucción masiva en el país que presidía Saddam Hussein se ha transformado: ahora tiene la certeza de que no había tales armas. Hay que recordar dos derivaciones del reconocimiento de Aznar: primera, que aquella «constatación», aunque errónea e interesada, fue «la gran razón» para que Bush, Blair y Aznar alentaran la invasión del país, con los resultados que a estas alturas son de todos conocidos: miles de muertos, y un país prácticamente en guerra civil, en el que chiitas y sunitas se matan por docenas a diario. La segunda gran derivación o consecuencia, por si ésta no fuera ya de por sí gravísima: que aquel protagonismo que Aznar compartió con Bush puso a nuestro país en el blanco preferente de los ataques de los islamistas fanáticos, y que fruto de aquella «preferencia» fue, precisamente, el atentado que costó la vida a más de 190 personas, que le costó la continuidad en el Gobierno al PP y que trajo consigo el clima de crispación política que aún ahora mismo se vive «con el mayor esplendor».

Todo aquello trajo consigo la irresponsable decisión de Aznar de poner los pies en la mesa allí donde los había puesto Bush y de imitar su acento tejano. Desde luego, si había otra serie de datos para prescindir de Aznar y de su partido, los sucesos de Irak y sus efectos fueron definitivos, como a nadie se le escapa. También se disolvió de inmediato la aspiración que había tenido Aznar, de ser el mejor presidente de un Gobierno español desde Cánovas del Castillo.

De antemano, Aznar tenía otros errores en su haber: la boda de su niña como si fuera una princesa, por ejemplo, su insensibilidad ante sucesos como el «Prestige», su desprecio y prepotencia creciente a todo y a todos, la designación a dedo de su sucesor, como si se tratara de una «reina madre», las nuevas normas rechazadas por los agentes sociales... Pero Irak significó ya entonces, y más a medida que se suceden los acontecimientos trágicos, como la tumba del prestigio de Aznar y causa probable de una travesía del desierto para su partido, que se empeña en «superdirigir» desde la Fundación Faes. El Presidente ha recriminado a Aznar que sólo tras miles de muertos vea su error... Y ha hecho mención, este domingo, a aquella creencia de su antecesor en las armas de destrucción masiva: «Sí, hay armas de destrucción masiva en Irak: la guerra y el odio que promovió. La guerra que Aznar promovió y el odio que provocó», ha dicho Zapatero, antes de invitar a que no se entre en el terreno de la crispación y la descalificación.