Dice Julia Navarro que, antes que una escritora de gran éxito, es una periodista de raza, una mirada siempre inteligente hacia la calle, que «una sociedad que desprecia el conocimiento y la experiencia no tiene futuro». Siento discrepar de ella. Tiene futuro. Malo, pésimo, lamentable, pero nos sobrevivirá a pesar de todos los errores. La ventaja o el inconveniente de lo que llamamos civilización es que sobrevive a sus peores habitantes, aunque éstos hayan tenido o ejercido un poder desmesurado, como sobrevive a los fanáticos, a los intolerantes, a los golfos, a la mala gente. O, si lo vemos al revés, tampoco una sociedad que hace del conocimiento y de la experiencia sus grandes valores tiene garantizado el éxito. Aunque a muchos nos gustaría que fuera de otra manera.

Hace siglos, o incluso milenios, las sociedades valoraban el saber y la experiencia por encima de la mayoría de las otras cosas a las que aspira indefectiblemente el hombre. Los viejos de la tribu no sólo eran los sabios; eran, además, la referencia del grupo, la historia de lo que, entre todos, habían ido consiguiendo, los que sabían dónde había que buscar el agua o el futuro. Un día, alguien descubrió que se podía llegar al poder arrinconando a los sabios y ancianos y acabó con ellos. No importa que el nuevo no supiera. Bastaba con que le temieran. No estamos ahora tan lejos de eso. La sociedad actual, seguramente más preparada que ninguna otra en los siglos de los siglos, manda a la jubilación anticipada a los «ancianos» de cincuenta y pocos años -sean ingenieros de Telefónica o periodistas de RTVE- y jubila para siempre a los que cumplen 65, independientemente de que en su trabajo utilicen los brazos o el cerebro. Las tribunas públicas (la televisión es hoy la vieja plaza mayor de los pueblos) las ocupan jóvenes que no conocen de qué hablan, que cobran como si supieran, que desprecian a los que saben y que son aclamados y envidiados por la masa.

Yo no he perdido la fe en esta sociedad, pero la tengo amortiguada, como en espera. Es más fácil ser fanático que inteligente. Posiblemente algún día sepamos inculcar a nuestros menores que el saber y el haber aprovechado lo vivido merecen, por lo menos, el respeto y la escucha. Pero de momento, aquí no cobras por lo que sabes, sino por lo que puedes vender. Aunque eso sea basura. No vales por lo que ofreces, sino por lo que puedes comprar. Aunque no sirva sino para disfrazar la vida.