Acababa de terminar el Madrid-Sevilla y a los presidentes de ambos clubes los estaban entrevistando por la tele. Nada importante, desde luego, salvo el toque cómico que subyace en la similitud entre el lenguaje de los mandatarios del deporte y el de los políticos profesionales. Hay que mirar hacia delante, queda mucha Liga, trascendencias de ésas. Pero lo realmente interesante, lo atemporal, lo inmutable, tenía lugar a pocos centímetros de los entrevistados; y era la eterna figura del chupacámara que finge estar muy ocupado con alguien cercano y ocupa media pantalla como sin darse cuenta. Reconforta ver que hay cosas que se resisten al paso del tiempo. Siempre fue una seña de identidad nacional el que la gente se arremolinara ante la cámara allá donde la viera. Uno podía pensar que eso no era un rasgo esencial, sino transitorio, una especie de contraataque espontáneo contra un hambre atrasada de libertad de expresión, y que desaparecería con los años. Pues de eso nada. En la entrega de los premios «Príncipe de Asturias» se han visto cosas parecidas; uno llegaba a temer que hubiera sangre en los codos de alguno de los presentes que, por puro azar, se demoraban hablando de nada en particular justo allí donde se realizaba una entrevista. El endomingamiento del vestuario le daba a la escena un empaque especial. Aquello pedía a gritos un retratista. Ay, Fellini, qué solos nos dejaste. Pero hay más príncipes por el mundo, y los de Mónaco han dado un golpe de escena memorable. Esta familia tiene tablas. Alaska les agradeció «haber tenido el buen gusto de celebrar el mal gusto». Sutil. Alaska sacó su nombre de una canción de Lou Reed, y desde entonces ha desplegado más talento fuera de sus discos (de los de ella) que dentro. Recuerda uno la línea de Lou Reed en «There is no time»: «Éste no es tiempo para actuar con frivolidad / porque se está haciendo tarde». Temo que lo dijo demasiado pronto. Pero hay que subrayar el poderío mediático de los Grimaldi. Eso es adaptación al medio; Darwin les hubiera puesto una medalla. Los Windsor, en cambio, no dan pie con bola, y así les va. Pasando a dinastías más lúgubres y ya desaparecidas, los Ceaucescu tenían también vocación escénica. Hace poco pasaron en la tele un reportaje de una visita del mencionado mandatario y su esposa a Londres precisamente: se oía la voz del locutor rumano enumerando la lista de royals que iban saludándoles. La emoción reverencial del dicho locutor era en realidad una señal de derrota política, venía a decir: «Hay que ver qué arriba ha llegado nuestro líder. Luego entró en escena el pueblo rumano y cambió la trama». «Este es tiempo para la acción», decía la canción de Lou Reed. ¿En qué línea? En la última, por supuesto.