Su silencio tenía un nombre: Soraya Sáenz de Santamaría, esa joven abogada del Estado que le llama «jefe» y que con toda seguridad seguirá sus dictados al pie de la letra sin rechistar... Su nombramiento como portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados fue suficientemente aplaudido en público y convenientemente criticado en privado por los mismos que le daban parabienes y se hicieron con ella la foto. ¿Qué hay de malo en que una mujer joven, que no tiene un pasado que la vincule a los poderes fácticos de su partido y sin adscripción a ninguna de las baronías, se convierta en el número tres de su partido? Pues seguramente eso, que cuando se está en la oposición -además de soportar el frío helador de la travesía del desierto- el pastel a repartir es pequeño y todos quieren picotear aunque sean las migajas. A todos, sin exclusión, se les llena la boca al señalar que un liderazgo fuerte no puede construirse con hipotecas -ni internas ni externas-, que un líder de un partido que tiene más de diez millones de votos debe de tener las manos libres para tomar decisiones, pero eso sí... si cuando las toma no tiene en cuenta los pequeños ombligos de cada uno entonces las cosas cambian y ya no hay independencia que valga...

Mariano Rajoy ha decidido a dedo y ha optado por promocionar a su círculo de confianza, designando a sus incondicionales en puestos clave para ejercer la oposición. ¿Qué diferencia hay entre el dedo de Aznar -que en su día designó a Rajoy excluyendo a candidatos más potentes políticamente como Rato o mejor valorados popularmente como Mayor Oreja- y el de Rajoy, que ha señalado a Soraya en vez de optar por parlamentarios más brillantes como Esteban González Pons u otros? Ninguna. Ambos «dedazos» demuestran la nula democracia interna de los partidos, un mal que no es exclusivo de la derecha, sino que está instalado de forma mimética en la izquierda y que sobrepasa con mucho las barreras ideológicas.

Hoy por hoy, es un misterio saber si la nueva portavoz de los populares será capaz de «pastorear» a un grupo parlamentario cargado de currículum de infarto, de ex ministros y altos cargos de relumbrón; o si detrás de su sonrisa inocente y sus refinadas formas se esconde un alma de «killer» capaz de poner en apuros a su adversario socialista. Sabemos que es joven y por lo tanto tiene el perfil renovador de un cambio generacional; que es lista e inteligente y cumple a rajatabla la idea popular de mérito y excelencia, y que además es mujer, con lo que se suma un punto en el difícil camino de la igualdad. Si además sabe distinguir la delgada línea que a veces separa la lealtad de la sumisión y es capaz de decir al jefe «no» cuando se equivoca, la cosa no pinta tan fea ni desastrosa como la dibujan algunos de los representantes de la vieja guardia aznarista... Lo de menos es si la elección ha sido más o menos afortunada y lo de más es lo que está por venir: que el PP no se instale en la resignación del perdedor y haga profundos cambios de rumbo en su cónclave de junio.

Un partido que tiene detrás la potencia de votos y de afiliados que tiene el PP no puede permitirse el lujo de perder dos veces las elecciones y mirar hacia otro lado como si no pasara nada. Rajoy está en su derecho de querer liderar ese proyecto, ¡cómo no!, lo que está por ver, porque cuatro años en política son una eternidad, es si su cara será la que ilustre el próximo cartel electoral de las generales o si también en ese tema será necesario el cambio generacional y la renovación que él mismo propugna...