La inteligencia francesa, que antes era de izquierdas y ahora de derechas -un fenómeno universal, España incluida, aunque aquí sea pecado incluso recordarlo- apuesta por el ingreso de Ucrania y Georgia en la OTAN.

Hace nada, apenas un puñado de años, se hablaba de una nueva guerra fría pero a cuenta de la desestabilización provocada por el creciente del Islam, y valga el juego de palabras que no hace falta explicar, claro.

Ahora, sin embargo, pocas dudas caben de la vuelta de la guerra fría pero en los términos clásicos: EE UU y la URSS, ay, perdón, Rusia.

El otro día, charlando con un ruso que vive en EE UU, -cuando se fue era prácticamente un exiliado- le pregunté si no le parecía que Rusia figuraba otra vez como siempre, en las coordenadas de una gran potencia.

Me respondió que mientras el petróleo estuviese a cien dólares el barril quizá, pero si bajaba, adiós pretensiones. También comentó que el poder nuclear ruso no era comparable al de hace dos décadas.

Razón de más, como quiere la inteligencia francesa, para tomar posiciones en Ucrania y Georgia y para instalar misiles defensivos en Polonia y Chequia, como quiere Bush.

Es interesantísima y por eso apenas se comenta la convergencia entre la inteligencia francesa y la fuerza americana -nótese que no me atrevo a hablar de inteligencia americana en referencia a Bush: no me arriesgo a ser agredido por la calle- y por eso el abismo que se abrió cuando Rusia se hundía se está cerrando.

Efectivamente, cuando el imperio de la Unión Soviética se empezó a disgregar, Alemania se unificó y renació la idea de la gran Europa -más que un mercado unido- y de ahí que desde Berlín y París fundamentalmente se pusieron a echarle un pulso a Washington.

Ay, que poco duran las alegrías en la casa del pobre. Con una Rusia renacida se han acabado las aventuras europeas. Todos a mirar al otro lado del Atlántico. ¿Caerá ZP de la burra?