Los objetivos nada discretos de las cámaras buitreras nos han puesto en bandeja televisiva lo que consideran el epílogo lastimoso de Terele Pávez (actriz). Escenario: cajero automático o espacio similar. Mobiliario: cartones acartonados por la orina de mil gatos. Actor secundario: personaje que se cansa de esperar a Godot y atufa a vinacha cosa mala. Utilería: bocata de sardinas. Iluminación: natural como la vida misma.

Terele, en el crepúsculo de los dioses, recostada contra la pared, brillan sus canas como plumas de ángel, habla, no se entiende lo que dice, pero se adivinan sus ojeras, las más grandes del mundo, también las más bellas, es la Régula de «Los santos inocentes», con su niña chica en los brazos, como madre que sostiene una vida que es la de todos, una jodida inutilidad que sólo sabe gritar a destiempo. Ella no se enorgullece de nuestra imbecilidad, qué va, interpreta su mejor papel, alumna aventajada de Stanislavsky. Al fin, la auténtica fusión entre personaje y persona, y el resultado: la paradoja necesaria para tomar el pulso a la decadencia, sin olvidar que es la nuestra, barnizada de mugre, como la que representa Terele en el penúltimo acto. Nos pone en evidencia. La única diferencia estriba en los olores, más naturales, por supuesto, los de ella. Y Terele, sin quererlo, sin que nadie la llame, las cámaras buitreras van a ella, domina por completo la sala de estar telecéntrica de miles de hogares felices y contentos, es una primera espada y manipula las conciencias de su público, que, estratégicamente, permanece en silencio o en clave de crítica destructiva: alcohol, drogas y la madre que lo parió. Lo que usted diga. Aunque yo creo que la droga de Terele fueron los chupa-chups. De tutti frutti, para más señas.

Estabas tranquila, en el olvido de tu cajero automático. Y te sacaron a flote, reluciente de roña, algo desenfocada, por la indiscreción intencionada del cámara, que te apunta con el dedo, que le tiembla, como le pasaría al acusica de la clase: ¡Profe, la Terele está hecha una mierda, mire! Régula, o Terele, no te cabrees, sabes de sobra que eres la mejor actriz, has dominado y dominas, ahora más que nunca, las tablas de nuestros sueños. Sé que el mundo te envidia, por dos razones, y tú lo sabes. Permite que lo recuerde al que esto lea: una, por tus ojeras; dos, por dignificar la indigencia.