Por lo visto y oído en el debate de investidura, alguien venido de Marte -ignorante de que hace un mes tuvimos elecciones- habría pensado que todavía estábamos en campaña electoral. Salvo el anuncio de una ley para que cese por imperativo legal el Consejo General del Poder Judicial todo lo que ha dicho Zapatero se lo habíamos oído ya.

También a Rajoy. Zapatero escoge mal a sus guionistas (algunas partes del primer discurso parecían escritas por algún bachiller ecologista; otras por alguien que lleva tiempo fuera de España y por eso le ha escrito lo que le hemos oído decir sobre la Administración de justicia o la del Estado), pero no se corta y sabe que da mejor ante las cámaras que Rajoy, quien, escuchándole por la radio, gana lo que pierde viéndole en la televisión. Zapatero quiere una legislatura tranquila, y, quizá por eso, no se ha querido comprometer en nada.

Contra el terrorismo, ZP ha propuesto un «compromiso» -no un pacto- pero sin decir ni pío del fiasco de la tregua y sus sevicias políticas. En este registro, Rajoy, en un discurso ya muy oído, le ha vuelto a recordar lo que venía diciendo a lo largo de la campaña electoral: si es para que la ETA entregue las armas sin pago político en especies, que cuenten con el PP; para volver a lo de Eguiguren y a la mesa camilla de Loyola, no. Estamos pues donde estábamos, con un pequeño problema añadido: no estamos al final, sino al principio de una legislatura. Por lo visto y oído en el Congreso, vamos hacia aquello del «fin del paganismo y comienzo de lo mismo». Dos mitades políticas sin puntos de encuentro, sin puentes, pero encantadas de no tenerlos. Cada loco con su tema. Empezamos bien.