Una presunción posible sobre las declaraciones efectuadas en el Congreso con ocasión del debate de investidura, sería opinar que estamos ante «más de lo mismo», con un Zapatero aún más Zapatero frente a un disminuido Rajoy. Otra opción, que parte del contagioso «optimismo antropológico», sería que se ha puesto el contador a cero y que Gobierno y oposición, más claramente, PSOE y PP, han decidido entrar por la senda del entendimiento en los temas de Estado.

Los analistas menos sospechosos no coinciden en el diagnóstico y sensatamente recomiendan juzgar por los próximos hechos, y no palabras, para deducir por dónde va a transcurrir la novena legislatura.

Dejando a un lado las cuestiones económicas, en las que las fórmulas a aplicar no pueden ser muy distintas entre las patrocinadas por el Gobierno y las propuestas por la oposición, y serán matices lo que las separe, el capítulo de mayor fricción volverá a ser la diferente interpretación que Zapatero y Rajoy hacen de la Constitución.

Hasta treinta y seis veces mencionó Zapatero la palabra «España» en su discurso de investidura, incluidas réplicas, y hay quien lo explica señalando que ésta es la forma de dar una respuesta positiva a millones de sus votantes que repudian el nacionalismo. Con Zapatero todo es posible y lo contrario.

En la sesión templó, con habilidad, al portavoz de ERC, pero fue mucho más suave con Erkoreka, del PNV, quizás porque será esta formación a la que acudirá para salvar sus insuficiencias parlamentarias. El precio es para preocupar.

No deja de ser incongruente que regañe al PNV por haber pactado, en el pasado, con Aznar y al mismo tiempo les ofrezca toda su comprensión para diseñar nuevas hojas de rutas en el autogobierno, haciendo guiños de que todo es posible.

Sorprende tanta «idea de España» para luego alentar nuevas reducciones de competencias del Estado, a menos que aquella idea se reduzca a las infraestructuras, a las autovías y desaladoras. Mucha mayor tranquilidad hubiera proporcionado si junto a su enfática declaración :«En mi idea de España nadie tiene más derechos que otros, por nacer en uno y otro lugar» hubiese añadido que esto incluía educación y uso del idioma español. A este respecto la intervención de Rosa Díez fue especialmente relevante y tuvo que agitar más de un espíritu socialista, incluido el propio presidente del Congreso.

Respecto a ETA no parece que a corto plazo se repitan los errores anteriores y habría que apostar por la reconversión de Zapatero. El gran peligro sigue siendo la ambigüedad calculada del PNV, capaz de promover una moción descafeinada contra ANV y al mismo tiempo boicotear la colocación de banderas española.

¿Cómo se puede pedir una nueva redacción del Pacto de Estado para las Libertades y contra el Terrorismo, para que de esa forma se incorpore el PNV, si este partido no firmó la Constitución y ninguna de las que ha tenido España?

El PNV es un partido democrático pero sus objetivos son los mismos que los de ETA y su entorno; la independencia ,la integración de Navarra y el rechazo a España, sea constitucional o fascista. La historia es tozuda; en 1937 el PNV, representado por el canónigo Alberto Onaindia, negoció con la Santa Sede y Benito Mussolini la creación en el País Vasco de un «protectorado» al amparo del régimen fascista italiano y del Vaticano (I).

Hay demasiadas muestras de la poca fiabilidad que merece el PNV en sus relaciones con los gobiernos de España. El de la República lo sufrió en los peores momentos.

La excusa de un PNV moderado y otro radical es pura estrategia coyuntural y no tiene ningún reparo en arrastrar al PSE, en octubre de 2006, al santuario jesuita de Loyola, juntarse con Otegui y dar a luz el pacto que abría la puerta al derecho a decidir y a un órgano común entre el País Vasco y Navarra.

Zapatero, en su réplica a Josu Erkoreka, le reprochó el «mercantilismo» de sus posiciones. Sería de ingenuos quedarse con eso.