Moratinos, famoso por sus discursos en lingala, sigue como ministro; Maleni, que, como reconoció en público, no tiene cabeza para recitar de seguido los nombres de las cuatro provincias gallegas, sigue; Bermejo, entregado al arreglo por 42 millones de pesetas de un sospechoso pisito, sigue; Soria, que se inventó un currículum entero -con un decanato que nunca desempeñó, una medalla que ni existe y unos colaboradores premios Nobel a los que apenas saludó una vez en un pasillo-, sigue y Karma Chacón, ecopacifista y a la que, dicen, le entran calambres cada vez que ve una bandera de España, también sigue y encima en Defensa. ¿Cómo es posible?

Hay varias causas:

1) El jefe jamás se equivoca, así que cambiarlos equivaldría a reconocer errores garrafales, y eso ni en sueños.

2) En un sistema de cooptaciones sucesivas -donde cada cual elige a colaboradores siempre de menor valía para que nunca lo puedan desbancar- llega un momento en que en el primer nivel sólo hay incompetentes y como de ese estrato hay que sacar a los ministros sólo se nombran incompetentes. Quizá por eso no hay ninguno asturiano.

3) Como el fenómeno es general ocurre lo mismo con la oposición, así que el Gobierno puede estar tranquilo porque enfrente tiene gente con el mismo grado de incompetencia.

Dicho lo dicho, conviene añadir -por aquello de ofrecer siempre un punto de vista optimista- que se confirman las teorías liberales: un país funciona al margen de sus gobiernos, así que aunque los ministros no valgan nada las cosas pueden ir bien.

El único problema es que por puro aburrimiento y ociosidad los ministros decidan hacer algo y entonces se metan a gobernar, proponiendo y realizando verdaderos disparates.

En los últimos cuatro años lo vimos: casi se cargan España cuando no había ningún problema serio. A ver ahora.