EDITORIAL

Los ciudadanos nunca han dispuesto de tanta información para alimentarse adecuadamente. Sin embargo, tampoco nunca ha habido tanta confusión sobre cómo hacerlo. Ésta es la paradoja de la sociedad sobrealimentada, la del sobrepeso. Al daño que pueden representar para la salud unos kilos de más se suma la presión social por tener un cuerpo estupendo, pues es ése, aunque no sea cierto, el estereotipo de persona saludable que triunfa hoy en día. De ahí que adelgazar se haya convertido en una obsesión para miles de personas y que, aprovechándose de esa ansiedad, proliferen los métodos y productos milagrosos que prometen conseguirlo sin esfuerzo y en tiempo récord.

Un producto adelgazante comercializado desde Gijón -que aseguraba que era capaz de eliminar entre 2 y 20 kilos de desechos que supuestamente acumulamos en el organismo- está inmovilizado por los presuntos daños que causó a tres consumidores en Portugal. No hay una resolución definitiva, pero, sea la que fuere, la intervención ha dejado al aire las lagunas que existen en este terreno. La sustancia en cuestión no está dada de alta en ningún registro. Ni es una medicina, ni es un alimento, ni es un complemento alimenticio, ni la empresa que la vende dispone de autorización sanitaria para comercializarla. Todo esto se conoció a posteriori, después de que más de 100.000 personas pudieran comprar el producto -por cierto, de los más caros del mercado, a 24,75 euros el bote- en establecimientos de toda solvencia, como farmacias o grandes superficies comerciales, y sin que hubiera pasado ningún control de la Administración para descubrir posibles riesgos. El peligro se multiplica en internet, donde ya se ofrecen cantidad de componentes de este tipo que juegan a ser medicamentos o productos naturales y no son ni lo uno ni lo otro. La normativa europea, tan reglamentista en otras cosas, es aquí demasiado abierta y va muy por detrás de quien se lanza con pocos escrúpulos a explotar este filón.

Para las cuestiones de la salud no hay atajos que valgan y para perder peso no existen milagros. Dos periodistas de LA NUEVA ESPAÑA y un escritor, colaborador habitual de este periódico, narraron en primera persona, en un reportaje reciente, cómo lograron bajar entre 20 y 40 kilos. Cada uno experimentó un método distinto: uno, con una estricta dieta por prescripción médica; otro, con la firme voluntad personal de caminar más y comer menos; un tercero, con pequeñas decisiones intuitivas, refundidas de los muchos consejos que había recibido de distintos facultativos para menguar su apetitivo. En todos los casos el éxito llegó por su propio sacrificio, no hubo ayuda mágica que valiera.

En estos tiempos, aprovechando la cercanía del verano y la supuesta obligación estética de lucir buen tipo, proliferan ofertas de lo más rocambolesco: cremas quemagrasas, polivitamínicos, barritas depurativas, gimnasia pasiva sin moverse del sillón que quema más calorías que una carrera, regeneradores de articulaciones, activadores metabólicos para elevar el gasto energético... La retahíla de eufemismos para denominar distintas cosas que tienen el mismo fin resultaría cómica si no fuera porque en algunos casos no hay garantías de que esos métodos acaben por comprometer la salud de los usuarios.

Ya lo advierte Juan Llaneza, el director de la Agencia de Sanidad Ambiental y Consumo asturiana, responsable en esta materia: «Para vivir hay que tener una dieta normal y saludable, los complementos alimenticios son un aspecto que requiere una consulta con un médico». Una investigación de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, acaba de probar precisamente esta misma semana que los suplementos a base de vitaminas antioxidantes vendidos como un elixir no sólo no mejoran el bienestar físico sino que pueden acortar la vida.

La salud es un asunto demasiado serio como para automedicarse. El consumidor debe de estar prevenido y tener siempre presente que no existen pastillas para todo. Por muchos cantos de sirena que le lleguen, no hay más secreto para adelgazar que comer menos y de otra manera y romper con la vida sedentaria. Así de simple y así de difícil.

No comer bien lleva al sobrepeso, o sea a un mayor riesgo de enfermedades o a los peligros de los productos milagro. El médico y académico Pedro García Barrena, que pronunció una conferencia la pasada semana en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, asegura en una entrevista que se publica en este mismo número, en el suplemento «Siglo XXI», que «enseñar a los niños a comer es tan importante como que aprendan a leer y a escribir». No es una exageración, por ahí deben de comenzar las cosas.