En abril aguas mil y a diario se prueba la sentencia. Pero el mantra del cambio climático insiste en que vamos de cabeza a la desaparición de la humanidad y de todas las especies del arca de Noé, PP incluido.

Los climatistas han montado un gigantesco cuento -sólo superado por aquel de Marx y compañía-, así que tenemos superstición interesada para rato.

El personal unidimensional cree, por ejemplo, que los pingüinos de la Antártida se están suicidando en masa o que el Piles pronto será navegable hasta la Laboral y, si no pasa por allí, se hace un trasvase y a regar el magnífico edificio de Girón de Velasco.

Hablando del rey de Roma, desde que los partners del cluster pusieron en marcha la Ciudad de la Innovación o el Centro Oscar Mayer de la Laboral o como demonios se llame ese interminable juego de palabras no me pierdo ripio.

El pasado verano disfruté de lo lindo con la ópera microfónica que ofrecieron en el patio central, sobre todo durante el último cuarto de hora en que se fue el sonido y un impresionante silencio invitó a la meditación trascendental -¡ooommm, ooommm!- a los miles de personas allí reunidas para oír «Tosca». Y en Navidades, aún mejor: la performance consistió en una pista de hielo y venga costaladas creativas, patinazos innovadores y esguinces lúdico-temáticos. Así que ante la nueva exposición sobre el juego me lancé por la autopista a una velocidad que no me atrevo a confesar y llegué al coso temblando de emoción. Pero, horror, resulta que se denomina «Homo ludens ludens». ¿Cómo es posible semejante discriminación?, ¿por qué no «Mulier ludens ludens»?, ¿habrase visto tamaño desprecio?, ¿qué va a decir la nueva ministra de Igualdad?, ¿rodarán las machistas cabezas de los partners del cluster? ¡Chacón, los tanques, los tanques!

Conclusión: ni lloviendo tenemos remedio.

(Para la terapia de esta semana se recomienda vivamente el «Canto del destino», de Brahms).