La justicia necesita pruebas para actuar, y todo lo que se ha dicho sobre la necesidad de que sea especialmente cautelosa cuando sus decisiones afectan a los partidos políticos o a los cargos electos me parece que está muy bien dicho. En una democracia representativa la existencia de distintos partidos entre los que poder elegir garantiza el pluralismo político que ordena y protege la Constitución, y quienes concurren a las elecciones en sus listas y resultan elegidos en las urnas encarnan la soberanía nacional en representación de los ciudadanos.

Toda cautela, efectivamente, es y debe ser poca a la hora de restringir, limitar o prohibir la acción de un partido, o de actuar legalmente contra los cargos electos. Pero la mayor protección entraña también la mayor exigencia. Y precisamente porque lo que obliga a ser especialmente cuidadosos a la hora de enjuiciar a los cargos electos es la especial protección que merece el bien superior que representan, la voluntad de los ciudadanos, todo el peso de la ley debe caer con especial dureza sobre ellos cuando se sirven del cargo para burlar la ley. Que es lo que ha hecho la tristemente célebre alcaldesa de Mondragón, Inocencia Galparsoro, de forma reiterada, hasta que el cántaro se ha roto.

El juicio aún no se ha celebrado, pero el auto de prisión que firma el juez Garzón no deja cabo suelto ni acusación por documentar. Las «cautelas» a las que aludía al principio me parece que son lo único que explica que Galparsoro todavía estuviese libre. Nada más conocerse este auto, varios alcaldes y concejales de ANV han tachado la detención de su compañera como un caso «grave» e «inaudito en Europa» y han acusado al PSOE y al PNV de «sumergirse en una locura represiva» para tratar de conseguir mediante «la violencia de Estado» lo que no han podido conseguir con sus mociones en los ayuntamientos. Se equivocan. Lo inaudito en Europa es que una banda terrorista tenga un partido político; la locura, que le dejemos -o no le dejemos- «clonarse» al ritmo de las conveniencias políticas que marcan las treguas de su nave nodriza: ETA. Aprender para siempre que esas treguas son para tomar oxígeno debería ser la lección de «El Proceso». No sé si lo haremos. Las «mociones éticas» son el último nombre de nuestra ceguera. Pero, en cualquier caso, de «represión», nada. Poner la cama, encima, no ¿eh? Eso que los que celebran con bombas el Día del Trabajo llaman «violencia de Estado» se llama... ley.