Uno de los nombramientos más significativos de Zapatero ha sido el de Celestino Corbacho, ex alcalde de L'Hospitalet (población con cerca de un 25% de foráneos) y nuevo titular de Trabajo e Inmigración. Sus primeras declaraciones han supuesto un cambio de tono: quiere poner fin a la condescendencia de gobiernos anteriores (también del PP), sin regularizaciones masivas ni retóricas sobre los «beneficios» económicos de la inmigración (no tan claros, según estudios recientes, como uno de la Cámara de los Lores británica).

En los tiempos que corren (desaceleración; desplome constructor -con un paro que afecta a los extranjeros-; erosión de las clases medias, por culpa de salarios estancados durante 10 años y del incremento notable de los productos básicos), el Ministro advierte de que los recién llegados no pueden hacer perder derechos a los autóctonos. Y quiere fomentar el retorno a sus países de aquellos que se quedan sin trabajo con el pago, de una vez, de la prestación (medida de eficacia dudosa: muchos preferirán quedarse aquí, desempleados, que en sus depauperados países de origen).

En todo caso y pese a algunas contradicciones (Corbacho piensa en la menguante base electoral socialista al proponer que los extracomunitarios voten en las elecciones municipales), el estilo del Ministro implica un enfoque más realista de la inmigración y sin dogmas políticamente correctos? a diferencia de lo que practica nuestra prensa. Quizá porque, «hace 50 años, los periodistas eran de clase trabajadora, no iban a la universidad y sabían lo que le pasaba a la gente; ahora están muy bien pagados, viven en otro mundo». ¿Lo ha dicho Bush? ¿Berlusconi? No, Seymour Hersh, periodista progresista, muy idolatrado por aquí tras destapar las torturas del Ejército de EE UU en Irak.