Se acepta con agrado en cuestiones de lencería, pero debe de ser exigida en asuntos que conciernen a la salud pública. Cuando escribo estas líneas, aún no se nos ha informado respecto a las marcas de aceite de girasol que han cometido fraude añadiendo aceites minerales.

Silenciar a los autores de semejante barbaridad ha perjudicado a todo el sector y pagarán justos por pecadores, honrados por golfos, cabales por chorizos.

En las páginas de sucesos es muy frecuente silenciar el nombre de los delincuentes que pueden suponer un peligro social. Se informa que el peligroso violador P. F. S. ha cometido una de las suyas. Eso no es suficiente. Es preciso informar dando pelos y señales. P. (Pedro) F. (Falcón). S (Salsipuedes).

La sopa de letras puede dar lugar a equívocos. P. F. S. ¡Coño! ¡A que va a resultar mi primo Pepe!, dirá alguno.

Cuanta más información, mejor se protege.

Muchas son las adulteraciones que se llevan a cabo en la industria alimentaria, porque la práctica de dar gato por liebre siempre ha tentado al sector. ¿Es que ya nos hemos olvidado del aceite de colza? Las sanciones de tipo económico se pagan y ¡a otra cosa, mariposa!

Pero, proclamar la identidad del defraudador, del envenenador con gruesos caracteres tipográficos es mano de santo.

Publicar la marca que ha delinquido hace mucho más daño al infractor y ayuda al consumidor a mejor elegir.

Las culpas claras, y el chocolate (de Kike, Pantiga, La Herminia, La Primitiva Indiana), espeso.