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Los malos datos para la economía española no han dejado de sucederse en abril. La inflación llegó al 4,6%, el nivel más alto desde 1997. El Banco de España redujo la previsión de crecimiento al 2,4%, el Gobierno al 2,3%, la UE al 2,2% y el Fondo Monetario Internacional al 1,8%. Hace menos de un año España crecía el 4%. El paro registró la mayor subida de los últimos quince años en un trimestre. El endeudamiento de las familias y las empresas bate récords y el consumo decrece. En tan solo tres meses, el encarecimiento del petróleo y las ayudas fiscales para aligerar la carga de las familias han devorado la mitad del superávit acumulado por el Estado durante las vacas gordas.

La fuerte caída de la construcción de viviendas, que durante los últimos ocho años propició un desarrollo económico vertiginoso en España, es una de las principales manifestaciones de la crisis actual. Asturias no es inmune a los malos presagios pero, hasta ahora, amortigua su efecto. La venta de pisos desciende la mitad que en el resto del país y los precios siguen al alza. Mientras España suma 246.000 parados más, la región lidera la creación de empleo.

Es una reacción típica de la economía asturiana que, como si pendiera de un muelle excesivamente rígido, en los ciclos alcistas apenas se estira para alcanzar a las comunidades más ricas, y en los de crisis, apenas se deforma, por lo que no llega a tocar fondo. Esas mínimas oscilaciones se debían antes a las empresas públicas, cuyos resultados eran invariables en cualquier circunstancia: el Estado corría con la cuenta. La presencia de lo público en la economía regional es ya irrelevante, por lo que la explicación de ese comportamiento plano hay que buscarla en el mercado. Y es ahí donde los árboles no deben impedir ver el bosque de la realidad.

Si Asturias va a resistir mejor la crisis no es porque tenga una economía muy sólida, sino porque los factores que la desencadenan tienen aquí menor incidencia. La vivienda supone en España el 75% de la construcción, mientras que en Asturias no llega ni al 35%. Al sector lo sostiene la obra pública, todavía abundante. La estructura demográfica asturiana demanda 8.000 pisos al año. En los momentos del esplendor inmobiliario se construyeron 4.000 más cada año. El pinchazo ha empezado a trasladarse al empleo y a afectar especialmente a los inmigrantes. Asturias también lleva ventaja. Su mano de obra extranjera alcanza el 3%. Hay regiones con el 15%.

Que Asturias salve los muebles en un ajuste de esta magnitud es una oportunidad. Tarde o temprano, la economía volverá a remontar. El margen que tengamos hasta entonces hay que aprovecharlo para atajar el verdadero mal de Asturias, que no es resistir sino crecer. El Principado fue la comunidad con menor crecimiento económico durante el 2007. Extremadura, Aragón o Galicia, por citar regiones que pasan por dificultades similares, despegaron más que Asturias. Aquí también se da el menor ritmo de creación de empresas: 1,91 por cada mil habitantes. Extremadura genera 2,18 sociedades; Galicia, 2,40, y Cantabria, 2,14. Estos datos son preocupantes. Mientras persistan, que la desaceleración tenga un menor impacto no es más que un elemento que se presta a interpretaciones engañosas.

Asturias ya sufrió su crisis particular entre 1985 y 1995, con la reconversión y la pérdida de 140.000 puestos de trabajo de un total de 400.000. Lo que ahora necesita es romper de una vez con ese círculo perverso por el que apenas se beneficia de las épocas de bonanza. El núcleo duro sobre el que reposa la economía asturiana, la industria siderúrgica, la química, la energética, es muy estable. Se mueve al alza o a la baja en ciclos muy largos. Es un buen colchón para las épocas malas, pero aún hay que aprovechar mejor su capacidad de tirón. Un estudio del catedrático Joaquín Lorences, adelantado la semana pasada por LA NUEVA ESPAÑA, sostiene que hay sectores asturianos -los citados, entre ellos- a la cabeza de la competitividad en España. La investigación tiene el valor de demostrar que los empresarios asturianos son tan válidos y capaces como los de cualquier otro lugar, y que las empresas no tienen una desventaja por ubicarse aquí. En una palabra, que Asturias está en condiciones de ser tan eficiente o más que cualquier región de España.

Rosa María García, presidenta de Microsoft Ibérica, acaba de decir en Langreo que «esta economía industrial en la que nos encontramos tan cómodos nos la están, poco a poco, arrebatando. Los centros de producción se mueven a Asia, a los países del Este y en algunos años se irán a África. Y a España no le va a quedar otra cosa que innovar». El profesor asturiano Álvaro Cuervo era aún más contundente al recibir esta semana el título de doctor honoris causa por la Universidad de Las Palmas: «Lo relevante en la empresa es la innovación, una nueva forma de presentar y de desarrollar un negocio. Innovación implica pensamiento nuevo -fresco- que crea valor para la empresa». Es la batalla que hay que dar para superar esta crisis y para asentar nuestra economía en bases sólidas. Para ello nos hacen falta más y mejores empresarios. Ésa tiene que ser la gran apuesta de Asturias.