Agudos han estado en la tele al glosar la figura de Leopoldo Calvo-Sotelo. Se le veía rodeado de libros, dijo alguien. De libros que leía, subrayó alguien más. Se entiende que estar rodeado de libros y leerlos son cosas distintas. La lección última es vieja en cualquier caso: los ritos de la muerte despiertan una compasión tardía y no exenta de palabras huecas. Tuvo Calvo-Sotelo que habérselas con un país que trataba (larga marcha en verdad) de hacerse menos cutre; no estaba el patio, de puro convulso, para la distinción de un ilustrado. No mola en España ser distante, debe de tener esto algo que ver con la llamada fiesta de los toros, donde tradicionalmente se le exigía al diestro que se arrimara; vale decir que se jugara el tipo y corriera más riesgo de muerte. La llegada del fútbol al poder de las emociones nacionales dejó en segundo plano la atracción de la sangre en la arena. Felizmente. Cuanto más grande la necesidad de envolverse en el trapo del drama ajeno, mayor la prueba de que hay hambre y tristeza entre los más. No es fácil que Adrian Brody haga un Manolete creíble: tendría que estudiar Historia y entender lo que eran aquellos tiempos. Suspendería.

Y ahora, obviamente, es el fútbol quien recoge el testigo de la épica. El fútbol es, por lo general, incruento, y eso ya es un avance. Muy recientemente se ha visto a a diez remontar contra once, en dos escenarios distintos. No hace falta decir en qué ciudad duelen los dedos de tanto cruzarlos. El Bayern Munich ganó el domingo la Bundesliga y montó en el campo una pequeña Oktoberfest de la que no se libró ni su entrenador, empapado de cerveza más de lo que, con lo serio que parece, le apetecía. Jugaban fuera de casa, y se encendió un panel en el que se felicitaba al nuevo campeón. Bueno, jugaban en Wolfsburg, la ciudad de Volkswagen. Curioso. El modelo escarabajo ha sobrevivido a los vaivenes del tiempo. Nació en la década más dura del siglo veinte; rodó por medio planeta pintado de psicodelia y ahora ha sido recuperado por un buen puñado de seguidores. Lo de hacer anuncios de coches tiene mucha miga; fichar a Georgie Dann cantando «La barbacoa» para no recuerdo qué marca de vehículos no fue una idea feliz. Hay casos peores; George Clooney hace más muecas en su anuncio cafetero que Rajoy desmentidos de la crisis popular. El caso es que quedan próximas una gran fiesta en Cibeles, unas honras fúnebres en Neptuno. La vida.