Ya saben, los jueves milagro. Es un honor compartir con mi vecino de página, Eugenio Suárez, maestro de articulistas, la afición a las palabras. Juego, también hay que decirlo, con la ventaja de que antes de escribir estas líneas he leído lo que nos envía Eugenio, que es, como acostumbra, una opinión, no sólo digna, sino dignísima de tener en cuenta.

Lo peor de esta ceremonia de los idiomas, querido Eugenio, es precisamente la confusión: que el lenguaje pueda corromper el pensamiento, como escribió Orwell, y contribuya, además, a que no nos entendamos, teniendo como tenemos los españoles una lengua común, que es, por otra parte, universal.

Que el vascuence -no me apetece llamarlo euskara- valga 16 puntos en el Sistema de Salud vasco y estar en posesión de un costoso doctorado, sólo 4 puntos, está fuera de toda lógica. Esta puñetera inmersión lingüística sirve para hacer más ignorantes a los inmersos y para poner diques al conocimiento especializado.

La consecuencia de la euskaldunización del Sistema de Salud vasco trae consigo que un montón de médicos de esa comunidad emigren para no tener que enfrentarse a un baremo injusto y que la sanidad pública, dependiente del Gobierno de Vitoria, fiche a extranjeros, a los que no se les exige, en cambio, conocer la enrevesada lengua autóctona.

De esta discriminación estúpida existe un caso menor precedente en la Real Sociedad, equipo que tuvo costumbre durante años de cerrarle el paso, por ejemplo, a futbolistas extremeños y fichar, sin embargo, a noruegos para dejar claro que apostaba por jugadores nacidos en el País Vasco.

La sinrazón se explica sola, no necesita grandes palabras. Gracias, Eugenio, por la defensa de las lenguas muertas y del sentido común, pero ya sabes: este país, en estos momentos, es la descojonación.