Cuando, a veces, me ocurre -y no debo de ser el único- que me invade una cierta decepción ante la calidad de una parte de la clase política española, me consuelo echando un vistazo por ahí fuera. Porque sucede que, aunque los hispanos de la piel de toro solemos recrearnos proclamando que lo nuestro es lo peor de lo peor -qué lejos estamos del «chauvinisme» de los gabachos; así nos va-, la verdad resulta que no siempre es así.

Y, entonces, la fotografía de Berlusconi y sus ministros y ministras tomando posesión me reconcilia con el producto nacional. Y no le digo a usted nada si la comparación la hago con ese Putin, que ahora se sucede a sí mismo no como presidente, sino como primer ministro y que, además, ha colocado en su anterior puesto a un títere. Ni siquiera en la América de los Kennedy, los Clinton y los Bush se han dado dinastías políticas tan endogámicas: al menos, en los Estados Unidos se admite la ilusión de que alguien no WASP pueda llegar -no ahora, desde luego; algún día tal vez- a la Casa Blanca.

El caso es que al simpático graciosista «nuevo» primer ministro italiano le atribuyen la no desmentida frase de que «ahora me encargaré de destetar a las niñas», refiriéndose a las treintañeras a las que su dedo televisivo ha designado para ocupar dos ministerios que vaya usted a saber en qué van a deparar. Lo digo porque una de estas neoministras, Meloni de justo apellido, ascendida a responsable de Juventud -será porque apenas tiene 31-, no tiene otro programa de actuación conocido que poner a cantar el himno nacional a los escolares antes de las clases. Quizá, reconozcámoslo, al admitir ser nombrada con tanto desprecio, ella necesite ser «destetada» por el Gran Deslenguado -vamos a dejarlo en eso- que, para asombro del mundo, ha arrasado en las urnas aupado por una ciudadanía culta, civilizada y tan desgraciada que no encuentra alternativas al machista septuagenario payaso.

Claro que, al menos, Berlusconi sonríe. Sonríe siempre, en la fortuna o en los raros momentos de adversidad. Sonrisa cínica, botóxica, pero, al fin, sonrisa, que le mejora el talante maquillado y teñido. Porque en las páginas de internacional de los periódicos, «sua emittenza» compartía honores estelares con la fotografía del hombre de hielo de todas las rusias, pasando revista a unas tropas con sable desenvainado, glub. Sobre la democracia italiana, quitando el hecho de que una persona sola ocupe el poder político y el televisivo al mismo tiempo, tengo pocos reparos. Allá los electores con lo que hacen con su voto. Sobre la democracia en Rusia no tengo la menor duda: no existe. Y Putin es uno de los grandes culpables de tal ausencia.

Así que ya digo: veo ejemplos como los citados, contemplo las presuntas hazañas sexuales en las que ocupa gran parte de su tiempo (aquí, al vecino del piso de arriba me refiero) otro mandatario tan glorificado hace unos meses como ahora denostado, y me digo que tenemos mucha suerte, a pesar de todo. ¿O no es, como decía al comienzo, un consuelo?