Como era de esperar, las centrales sindicales se han posicionado en relación al proyecto de Iberdrola sobre la posible construcción de una central de ciclo combinado en Lada. Y, por boca del secretario general del SOMA-UGT y de la Unión Comarcal de Comisiones Obreras del Nalón, han hecho pública su postura favorable a dicha obra.

La razón, o los motivos expuestos -no podía ser de otra manera-, consiste en la defensa de los posibles puestos de trabajo -por cierto, cada vez que se habla del tema se van reduciendo-, un argumento que nunca falla, sobre todo si quienes lo utilizan forman parte del mismo cauce por el que discurren las mareas laborales.

Sin embargo, a veces la razón no es más que una facultad de una parte de nuestro organismo que, si bien es cierto que sirve para remansar las aguas en ese lugar, es incapaz, por el contrario, de atender a un fin superior, cual es el de conseguir que el río crezca y, además, lo haga en la dirección más adecuada.

Si algo caracteriza a estos tiempos que vuelan es, precisamente, la necesidad de aplicar unas políticas en las que la defensa de los intereses inmediatos -un puesto de trabajo, en este caso- no se convierta en un fin en sí mismo, pues de este modo lo único que estaremos consiguiendo será favorecer aún más a quienes se dedican a inundarnos por todas partes con el único objetivo de que sólo tengamos tiempo para achicar aguas.

Me parece que existen motivos más que suficientes para posicionarse en contra de esta obra: hace unos días, sin ir más lejos, la Plataforma Medio Ambiente exponía en las páginas de este diario algunos de ellos, ciertamente importantes: el crecimiento urbanístico (ya que este tipo de construcciones debería estar alejado de los núcleos de población), la agravación de la mala calidad del aire, la proximidad a centros escolares o el aumento de los niveles de ruidos y del efecto que podría causar en el río, entre otros.

Quizás sea el momento de que algunas instancias sociales, entre ellas los sindicatos, comiencen a plantearse otro tipo de objetivos más amplios, que en otros tiempos hubieran sido impensables. De nada nos vale coser los agujeros del estómago -insisto en la mengua de los posibles puestos de trabajo- si a cambio acortamos una parte de los pulmones. Que la salud sea la justa medida entre el calor y el frío no indica otra cosa que el progreso sólo se conseguirá cuando se logre un equilibrio entre los que más comen y los que deben contentarse a diario con escuchar el ruido de las tripas. O dicho de otra manera, en el caso que nos ocupa, entre los que no tienen problemas para llegar a finales de mes y viven cómodamente alejados de la contaminación, y los que pasan con dificultades las hojas del calendario y, además, se ven obligados a tragarse toda la porquería del medio ambiente.

El progreso ha de tener, además de un credo definido, un sentido moral de futuro. Lo que significa que, por encima de la coyuntura diaria, ha de elevarse siempre una expectativa superior. ¿Y acaso la defensa de la salud de los ciudadanos no es la más importante de todas?

Sonroja leer algunos párrafos de los estudios que se están haciendo, cuando dicen que los vecinos de Langreo ya estamos acostumbrados a soportar incomodidades. Si no fuera porque el asunto es suficientemente serio sería para partirse la mandíbula de risa. En fin.