Parece haber pasado a formar parte de la historia ese pincho hostelero que se resuelve en diez segundos: cortar rebanada de pan, superponer rodaja de chorizo y ensartar con palillo. Zafio pincho si se lo compara con la creación vencedora del II Certamen de tapas: la «Fabada sonora», hecha de espuma de fabes, polvo de chorizo y morcilla, crujiente de tocino, salsa de pimentón, gelatina de sidra y peta zetas. Estas últimas, viejas golosinas de venta en tiendas de chucherías, son las que proporcionan la banda sonora del pincho: chisporrotean al contacto con la saliva, ya que llevan anhídrido carbónico, como la gaseosa.

Por tanto, además de «Fabada sonora», el nombre del invento podría haber sido el de «fabada gasificada», aunque seguro que si esto lo crean en Cataluña, en El Bulli, pongamos, lo llaman «fabada anhinidrada», porque con dicho nombre se puede ir muy guapamente a París y epatar a las francesas, incluida la Bruni, que tiene carita de no haber roto nunca un plato, ni de «nouvelle cuisine» ni de pincho asturiano.

En cuanto a lo de «fabada gasificada», no sería más que una redundancia, aunque sin duda traería un gran avance en la degustación, pues la producción de gases no quedaría diferida a la digestión, sino que se causaría ya durante la misma masticación. Esta simultaneidad entre masticar/emanar efluvios, entre paladear materia y gases, viene a ser un salto cualitativo en las formas de alimentación humana, que el antropólogo Marvin Harris -el de «Bueno para comer»- analizaría sin duda con gran regocijo, si viviera.

Pero el nombre de «Fabada sonora» también tiene algo de pleonástico: la fabada casi siempre ha producido sonidos. Pero antes de este pincho los producía después, y ahora los produce durante. Debe de ser un signo de este tiempo: todo ha de ser presente; ¿por qué esperar a la digestión, como si fuéramos seres vacunos?

Eso sí, componer una tapa de «Fabada sonora» lleva cinco horas, lo que quizás obligue a prolongar la vida del pincho de chorizo.