A los que iban a dejar como un jaspe el mayor monumento asturiano al feísmo, es decir, el campo del Molinón, les faltan un milloncejo de pavos. Es lo bueno que tiene contratar a grandes profesionales y es llegar la gentil Susana y percatarse de la falta. Menos mal que la tienen para que la cosa no se les desmadre. Todo antes del desistimiento que, en realidad, sería lo bueno para el interés general. Así que vamos al aprovechamiento: menos de un par de días de bueyes más de superficie para «aprovechar» y ya tenemos para todo, para reforzar las estructuras y para remendar las gentilezas que el Serafu dejó hechas un siete caleya abajo. Si hay metros, hay paraíso.

El asunto, que es tan inocente como se cuenta, va presentando sin embargo otros lados menos claros. Como diría muy descriptivamente el padre de un querido amigo gallego, maestro de la enseñanza pública, «a cousa va collendo merda». En efecto, si la autoridad municipal autoriza ahora el cambio en las condiciones de la concesión, se abren unas cuantas amenazas, no siendo la menor de ellas la de sentar un desasosegante precedente.

Un observador perspicaz y provisto de ábaco nos dirá que, en realidad, un desvío del coste de un millón de euros, sobre ocho previstos, es del doce y medio por ciento, muy por debajo del veinte que las normas permiten para las obras de las administraciones públicas, por lo que no encuentra sentido a tanta alharaca. Tendría razón el del ábaco si no fuera por dos circunstancias: una sobrevenida y otra, probablemente, cucamente colocada tras el velo. La sobrevenida es la crisis inmobiliaria que ha dejado a esta ruta colgada de la brocha a corto plazo y la otra podría ser que, como buen contratista, tuviera en cuenta ya ese veinte por ciento de sobrecoste que las leyes dan por bueno y, de esta manera, arreglar sus cuentas finales; cuestión esta que está en el ánimo tanto de contratantes como de contratistas desde los tiempos inmemoriales en que la Administración concede y contrata.

Puestas así las cartas sobre la mesa, ya vemos cómo no es de extrañar que los de la Ruta del Molinón hayan llegado a la conclusión de que precisaban mucha gentileza y mucha profesionalidad para reconvertirse en ruta de la extracción, visto que no han encontrado quien les aporte mejor soporte.

Hombre, «a cousa», miremos por donde la miremos, tampoco es para tanto y no es como para escandalizar a nadie, pero podría haberse hecho de forma un poco menos olorosa. Es lo malo de ir por la vida de puros y castos: cuando llega la hora de la verdad, nos faltan cintura y argumentos. Esto, en época de Morales, no hubiera pasado tan así. Ni esto ni la salida aquella de pata de banco de Pastor y demás chicos de Asprocón; de los que, por cierto, no se conoce noticia de que hayan recibido el merecidísimo tirón de orejas: a pública ofensa, público correctivo.

Para una gentil obra de caridad que hacemos, enseñamos la patita y estropeamos un jardín: y, la verdad, Dulce no se merece que le den trabajo extra que ya tiene mucho y, de dárselo, que la avisen primero. Por lo menos.