Se ha casado la hija de Bush en el rancho paterno. Insistió la novia en que la boda se celebrara en Texas. El Sur es mucho Sur en los Estados Unidos. Cada estado tiene su bandera, pero los tejanos ondean la suya un montón, me dijo una vez un amigo norteamericano. Y se le viene a uno a la memoria la boda de la hija de Aznar, que trajo mucha cola. La escenografía era bien distinta, eso está claro. El Escorial impone mucho. En cierta ocasión, durante una visita oficial a España, la reina de los Países Bajos se desplazó hasta el monasterio como señal de reconciliación histórica; se entiende que porque allí pasaba mucho tiempo Felipe II pensando cómo sofocar las rebeliones de Flandes. Tampoco hacía tanta falta ese gesto, caray, han pasado siglos y los holandeses están muy bien vistos. Ahora se ha ido Rijkaard al paro y su sacrificio ha extinguido una parte del clamor culé; el valor catártico del chivo expiatorio está más que estudiado. Tuvo Rijkaard su oportunidad para haberse ido a Milán y trabajar en el club de Berlusconi, que también estuvo en El Escorial como invitado en la boda ya mencionada. Se quedó en Barcelona el holandés, y ahora se ha despedido hablando de sufrimiento y de la ley de Murphy.

Rijkaard es un tipo curioso. No ha abandonado en todo este tiempo una actitud de cierta distancia que en España, tan castiza, suele confundirse con indiferencia. En cuestión de coolness sigue funcionando el que inventen ellos. Schuster, que trabaja en otra ciudad muy distinta de Barcelona, maneja los tacos nacionales con soltura de nativo. Rijkaard destila un cosmopolitismo descuidado que deja en evidencia, por ejemplo, la vanidad mediática de Joan Laporta, que se ha visto obligado por el guión de la Liga a desplegar más «seny» del que hubiera querido. Desayunar con líderes políticos en campaña electoral es una señal de poder, pero también un asunto delicado, y los días de vino y rosas suelen ser eso, días, no años. En la vida no es difícil ir a menos. En la boda de Texas sonó una canción que, según la prensa, hizo célebre Joe Cocker. Tiene que ser duro haber actuado en Woodstock y llegar a esto (pasando por la canción aquella de «Oficial y caballero»: un agravante). Berlusconi también hizo sus pinitos musicales en su juventud, pero cambió de carrera y empezó a coleccionar televisiones. Eso es instinto. La izquierda italiana está deprimida: normal.