Definitivamente, esto de estrenar un Gobierno que encima quiere ir por el mundo de faro de la izquierda posmoderna y topeguay se pone cada día más cuesta arriba.

Porque, qué quieres que te diga: una vez quemado aquel bombazo mediático que fue el Voguegobierno paritario del primer zetapismo, al que siguió el empeño tan católico al bies de meter por el aro matrimonial a los homosexuales, y una vez que Al Gore se adelantó con el cambio climático, cada vez va quedando menos margen de maniobra con la que sorprender.

Así que, como todos los años por estas fechas, vuelve un clásico: la vicepresidenta De la Vega y su cohorte de damiselas repartiendo pasta e ideología feminista por África, mientras pasean su fondo de armario y acarician negritos, como hacían las damas del ropero en su día, aunque con menos gastos de representación, menos kilometraje (usaban pobres de andar por casa: «siente un pobre a su mesa» y todo aquello) y menos ambición. Así que la solidaridad, según nuestro Gobierno, parece que viene a ser como un turismo de calidad y caridad para ver si así otras civilizaciones van entrando por el aro de la ideología maja y enrollada que se les exporta, igual que el cristianismo, que inventó el sistema hace siglos, además de alimentar el cuerpo, alimentaba el espíritu, o como tantas ONG de hoy, que siguen repitiendo la jugada de dar con una mano y poner la otra.

Nunca lo vi muy claro, pero las ONG más responsables mantienen desde hace décadas que su función sólo tiene sentido a fin de ir tapando los agujeros que deja la irresponsabilidad de los gobiernos. Así que si los gobiernos, como el de España, se empiezan a convertir en organizaciones sí gubernamentales (OSG), habrá que decir «sí, bwana» al nuevo sistema de lavado de conciencias, aunque a estas alturas se acabe yendo abajo el «cuarto sector», del que viven ya miles de cooperantes. Pero, en fin, todo sea por ver cómo a cuenta del cuento triunfan damiselas tan creativas como Leire Pajín, secretaria de Estado para la Cooperación Internacional, que cuando le preguntaron en la tele cómo se iba a arreglar el Gobierno para echar una mano en Birmania contestó muy resuelta:

-La ayuda española ya está en Tailandia, pero mientras el Gobierno birmano no dé el O.K., sigue paralizada en Van Gogh.

-¿En Bangkok?

-Sí, eso, en Van Gogh.

Es lo bueno de viajar: la gente lista y creativa, además de turista, se vuelve artista.