Francisco Álvarez-Cascos, que fue a Aznar lo que Gallardón a Fraga -ustedes ya me entienden- acaba de enmendar la ponencia política del congreso del PP previsto para el solsticio de verano.

Como siempre, Álvarez-Cascos, cuando se trata de política, habla de política, lo cual puede parecer una redundancia pero no lo es y debe subrayarse porque la mayoría de la gente, incluidos los profesionales de la cosa pública, cuando intentan hablar de política se ponen a largar de psicología, sociología, batraciología o lo que sea.

Bien por el playu, así se hace. El PP está en vísperas de un congreso, de manera que hay que debatir las ponencias y para eso se hacen las enmiendas. Planteadas están, a ver ahora quién las sortea o cómo se derrotan porque lo importante no son los votos -que están amañados o enredados en una nube de funcionarios y estómagos agradecidos del partido- sino los argumentos.

Lo que está en juego es España: su unidad o su fragmentación.

Por eso lo que cuenta ahora es la definición del PP, si es un partido español o un tinglado ambiguo que le hace guiños y carantoñas incluso a los separatistas más descarados.

Si el PNV quiere la independencia del País Vasco; si CiU quiere la independencia de Cataluña; si Coalición Canaria, quiere la independencia de las islas Afortunadas, y si sectores significativos del PSOE en el País Vasco, Cataluña y quizá Canarias o Galicia están en las mismas, el PP se debe definir, siquiera sea por contraste, como radicalmente español, sin cuentos o medias tintas.

Es evidente de toda evidencia no sólo por una cuestión de principios sino porque, ya puestos a hablar de estrategias electorales -que da vergüenza teniendo en cuenta lo que está en juego-, sólo con la afirmación de la nación unitaria se puede salir a la escena pública. Bien por Cascos, que cunda el ejemplo.