Debido a ciertos instintos migratorios que nos quedan de cuando éramos una especie nómada, en cuanto llega la primavera nos apetece cambiar temporalmente de aires. Sabemos, por ejemplo, que un par de nuestros ínclitos dirigentes se han ido de visita a la Pampa. Descarto que haya sido simple turismo, dada la cantidad de trabajo pendiente en estas fechas. He oído algo sobre recoger las aspiraciones de nuestros emigrantes, pero no me parece lógico. Aquí en la villa hay un buen número de emigrantes retornados que pueden explicarles lo que quieran y los que quedan allá no necesitan que les recojan más, ya les han cogido bastante. Tampoco puede ser un viaje de Estado, porque en el Estatuto Cangués no figura el término «nación», ni un viaje de luna de miel, porque ya han pasado muchos meses desde que se consumó la unión. Así pues, he de suponer que se trata de un viaje de estudios, aunque no se les haya visto previamente vendiendo rifas.

He de decir que me parece muy acertada la elección del destino. Es mucho lo que nuestros políticos pueden aprender en Argentina. El proceso que les llevó, en unas pocas décadas, de ser un país rico y dinámico que llamaba a las puertas del mundo desarrollado a ser un país pobre y desmoralizado que lucha por no caer en el Tercer Mundo es algo digno de estudio. Y el hecho de que los responsables de tamaño desastre no sólo no han sido linchados ni han pisado la cárcel sino que gozan del fruto de sus latrocinios con total impunidad merece ser analizado por todos los que se dedican a la cosa pública. Me extraña que toda esa experiencia se deje perder y no se estén dando másteres en Gestión Lucrativa de Fondos Públicos para políticos de todo el mundo.

El camino que lleva a un país al abismo de la corrupción es conocido desde antiguo. Ya el filósofo romano Quosque Tandem Catilina narraba en una de sus obras la fábula del hombre que abría una taberna y contrataba empleados para servir. Al principio todo iba bien, él les pagaba un buen sueldo, ellos cumplían su labor y todos ganaban dinero. Un día descubrió que uno de los camareros echaba un traguito de vino de cuando en cuando, pero, como era un buen trabajador, no dijo nada. Al cabo de un mes, todos lo hacían disimuladamente. A los dos meses, por cada botella que servían, se bebían un vaso y a los tres bebían la botella y servían el vaso. A los cuatro meses, se dedicaban sólo a beber y a cantar y pasaban de servir al público, así que decidió contratar a un guardián que pusiera orden. El matón echó a los empleados, dio una paliza al dueño, lo puso a servir y le quitó todas las ganancias. Y así terminó nuestro hombre arruinado y trabajando como esclavo en su propia taberna.

Estas fases de «Pérdida de la honestidad», «Pérdida de la vergüenza», «Pérdida de las buenas maneras» y «Dictadura» por las que nosotros estamos empezando a transitar ya fueron ampliamente recorridas por nuestros hermanos del otro lado del charco. Hay un mundo entero de chanchullos, corruptelas y corralitos que nosotros aún no hemos tenido el placer de disfrutar y que allá conocen al dedillo. Es importante que nuestros dirigentes aprovechen ese caudal de conocimientos. Ahora que ya casi nada escandaliza a los ciudadanos y las cosas se hacen sin apenas disimulo, estamos maduros para la siguiente etapa. Si seguimos a este buen ritmo, aún podremos ver a otro general bajito viviendo en el Pardo.