Un alcalde conocido por su ambición desmedida ha sentado en el banquillo al periodista más incómodo para los políticos. Para todos. Como muy bien ha recordado David Gistau, el juicio no se entiende esta vez como el de la política contra el periodismo, al estar excluido el locutor acusado de un corporativismo solidario que en estos casos suele funcionar de modo automático. En cambio, y con motivo del juicio, sí ha florecido el corporativismo de una casta política tan encerrada en sí misma en las cuestiones de la familia como podría estarlo la mafia. Ojo, con esto no estoy diciendo que los partidos sean organizaciones equiparables a la Cosa Nostra, no vaya a ser que a alguien le dé por llevarme a un Juzgado.

El supuesto y verdadero delito que se le atribuye al director de «La Mañana» es el de la libertad de expresión, pero ello no ha significado, sin embargo, una reacción más o menos unánime en defensa del acusado, teniendo en cuenta lo que se juega el oficio de la palabra en este envite. La osadía de ser valiente y practicar, además, una independencia algo tarasca se paga en este país entre los propios colegas. En algunos casos porque lo que abunda es el periodista pastueño; en otros, porque prima el servilismo. El argumento más suave frente al locutor irreverente es que se pueden decir las cosas sin insultar. Pero se trata de un diagnóstico exclusivo para este señor. ¿O acaso nadie recuerda cuando a Aznar se le llamaba asesino desde la televisión y la radio?

Lo de Gallardón con Losantos, además de insólito, es otra cosa. El locutor no acusó al alcalde de Madrid de cometer ningún delito ni se metió en su vida privada, simplemente lo criticó interpretando unas declaraciones. Espero que no prospere la demanda por lo que puede suponer contra la libertad de información, pero dentro del oficio habrá quienes prefieran lo contrario.